25 de diciembre de 2009

Las ilusiones de Aswad

 

aswad

 

La anciana, conmovida, se dirige al pequeño Aswad:

-Niño, no te lleves las manos a los ojos, ¿qué razón hay para llorar ahora?

 

Aswad, es un chico menudo, de tez morena. Agazapado, hecho un ovillo, llora desconsoladamente.

-Serás muy feliz, ya lo verás. Tendrás una habitación más grande que tu propia casa; llena de juguetes…

-Debes estar contento criatura, no todo el mundo puede decir… no todos entienden…

Pero la anciana no puede acabar las frases; ella también empieza a sucumbir a la emoción, y alguna lágrima corre por sus mejillas. Una piel arrugada por casi un siglo de sol impregnado.

 

Calor pegajoso. La conferencia ya había acabado.

En la puerta del hotel, un taxi, de esos que parecen sacados de las películas de Hollywood de los años 50 espera a Musafir.

Revuelo; la gente de repente se excita y se arremolina en la avenida.

Apenas cerrar la puerta del coche, ni unos metros avanza.

 

Musafir observa impotente el espectáculo.

El taxi está metido en un atasco de órdago. Nadie avanza; la muchedumbre es tal, que cuesta creer que aquello sea el centro de una avenida llena de carriles para el tráfico.

Le pregunta al taxista, qué es todo ese jaleo.

El pobre hombre, que no habla el idioma de Musafir, tan sólo grita excitado un nombre: “¡¡Aswad, Aswad!!”

Y le enseña un periódico trajinado ya de tanto sobe donde se aprecia la foto de un chiquillo, acompañada de unos titulares enormes, pero incomprensibles para Musafir.

-¡Maldito país!, –se le escapa a Musafir, en un arrebato de impotencia lingüística; –Si por lo menos usaran el alfabeto latino, ¡¡algo se entendería…!!

 

Habrá que perdonar al pobre viajero, en esta ocasión por su imprudencia.

Su avión no espera a que celebridades locales, reciban su baño de multitudes. Ya llega con el tiempo justo al aeropuerto.

 

Después de otros quince minutos, clavados en el mismo lugar, por fin, el tráfico se reanuda. Una brigada de policías, o militares, (Musafir no distingue mucho ese uniforme color caqui de uno u otro cuerpo de seguridad), han empezado a dar porrazos a los motoristas, ciclistas, porteadores, y demás componentes del enjambre humano, para descongestionar la circulación.

 

Llegado ya con el tiempo consumido, con la lengua fuera, y los nervios a flor de piel, en el aeropuerto.

 

Una enorme pantalla de plasma, junto a la zona de facturación, no para de vomitar noticias de aquel país construido de galimatías.

Por fin, algo en inglés, musita Musafir, que presta por un momento más atención a la televisión.

Allí, un rostro conocido: el niño que salía en el periódico manoseado que se dejó Musafir en el asiento de atrás del taxi.

 

“Aswad, el niño, héroe nacional”.

 

Una viejita, tapada de arriba abajo con una especie de túnica azul, mira desconsolada la pantalla enorme. Se lleva las manos al rostro, intentando limpiarse las lágrimas.

 

Musafir no sabe en esta ocasión, que es la abuela del niño. Nadie con ella. Sola en aquella sala del aeropuerto.

Las imágenes muestran al niño subiendo a un avión. Se va.

 

Injusto este mundo; la fama, arranca a un pequeño de su hogar.

Economía de mercado, incluso en este paraíso.

 

Musafir vuela de retorno a su casa; pensativo.

10 de julio de 2009

La predicción de Shamsain

 

shamsain

 

-¿Ves el tablero?, –le inquiere el misterioso personaje a Musafir.

 

Y, sin dejarle contestar, prosigue:

 

-Los antiguos persas llamaban a este juego shatranj, “preocupación del Sha” o sea, preocupación del Rey.

Un cuadrado de 8 x 8 casillas, alternadas en blanco y negro. Dos ejércitos enfrentados en imaginaria batalla, pero tan real en su crueldad como la más auténtica de las guerras.

 

La sala era enorme. Las ventanas tamizaban una luz cálida, ya de crepúsculo, velada apenas por el aromático sándalo, que ardía pausadamente en pequeños pebeteros discretamente situados en las esquinas.

Cojines de seda púrpura sobre una alfombra persa adornada de ricos colores y figuras geométricas y, al pie de la mesa del tablero, una bandeja de plata, llena de racimos de uvas, dulces como la miel.

Apenas un hilo de música claramente oriental se podía percibir. Timbales lejanos; un sitar; la ronca melodía de un cuerno que le recordó a Musafir el sonido del alboque; una voz de chica joven, cantando levemente, como para no molestar…

 

Musafir no sabe si esto es otro sueño de los suyos, pero el dulzor de las uvas crujientes en su boca no deja lugar a dudas.

 

-Caminante, ¿aún no reconoces este juego?, –le indica el enigmático personaje, que por fin, se ha sentado con ceremonia junto a Musafir.

-Musafir vacila apenas unos momentos. –Creo que lo que aquí llamas shatranj, es lo que en occidente conocemos como “ajedrez”.

Reconozco el tablero, y la disposición de los ejércitos rivales, uno claro; el otro oscuro. Pero no identifico todas las figuras; me falta la Reina y la Torre… ¿Un elefante? –yo imaginaba un caballero con armadura…

 

-En verdad es el juego del ajedrez, amigo Musafir. –Tiene su origen probable en la India; y sí, donde tú buscarías una Torre, nosotros tenemos un guerrero, y donde tú ves la reina, un general fiel a su rey, el Sha. El elefante tiene su explicación: tú ves en tus tableros a un caballero con armadura, un “alfil”; pues cierto es, que Al-fil, significa “el elefante” en la lengua de los creyentes del Califato de Bagdad. Habéis conservado el nombre, y mutado la figura…

 

Musafir estaba disfrutando de las explicaciones y de la cena en compañía de tan enigmático anfitrión. No sabe quién es; no sabe cómo ha llegado hasta esta especie de palacio, traído más bien a la realidad procedente de la imaginación de cualquier niño que hubiera leído “Las mil y una noches”…

 

-Decidme, oh señor, quién sois. -La ceremoniosidad parecía contagiar el ánimo de Musafir.

La cercanía del personaje al mismo tiempo que la distancia, estaba dejando a Musafir realmente confuso… Contrastes para un acompañante de este viejo caminante que es Musafir… eso, en el fondo, hacía más interesante a aquel hombre.

 

-Observa, amigo que vienes de tierras en verdad lejanas, cómo se va ocultando la luz del sol. Aquí nuestras cenas ocurren antes de que salga la luna. Hoy tienes suerte, pues es casi luna llena. Disfrutarás, así, de una velada más larga de lo habitual…

 

-No entiendo, a pesar de encontrarme verdaderamente sereno, señor. –Respondió el cada vez más desorientado Musafir.

 

-Como dos soles, hoy he gozado de tu visita. Azar, o designios de Alá, (alabado sea)… pero aquí estás, experimentado caminante.

 

Musafir estaba callado, tendido sobre los cojines, saboreando otro racimo de carnosas uvas.

 

El blanco, y el negro… como el juego del shatranj…

La luz cálida y dorada del sol, y los reflejos azulados de plata de la luna…

Tu acento y vestimentas ceñidas occidentales, y muestra lengua pura, junto a nuestras ropas, más holgadas…

 

Dicen que en la dualidad está la verdadera mesura de las cosas. Nada es blanco o negro; sino las dos cosas a la vez; o ninguna al mismo tiempo…

Shamsain me pusieron por nombre. Rey de la luz diurna, por el sol; y amante de los encantos nocturnos de la luna…

 

Pero yo ya te esperaba, Musafir…

Mi astrólogo lo vio escrito durante la luna creciente que precede al solsticio de verano:

“Llegará, a modo de caminante; lo reconocerás por su acento extranjero y sus pies cansados… Le ofrecerás cobijo y alimento… pues así está escrito que ocurrirá”.

 

-Señor, os agradezco la hospitalidad, pero en verdad soy caminante por vocación; mis reales apenas se asientan más de unas pocas jornadas en la misma morada… debo continuar mi camino.

 

-Veo que tu pelo ya empieza a ser canoso, Musafir. Y seguramente tu frente se arrugará aún más. Pero ten la certeza de que no será por los vientos del camino… la sabiduría que adquirirás en mi casa, se encargará de modelar tu rostro, con suavidad, sin asperezas…

Debes permanecer aquí.

 

-Pero, señor…

 

-Calla, ahora, Musafir. Empecemos la partida de ajedrez… Tiempo es lo que no nos falta. Te enseñaré a manejar tanto el ejército claro, como el oscuro…

¿Quieres más racimos de uvas?…

 

Y Musafir, lentamente, como embriagado por las palabras de Shamsain, se deja seducir por el aroma a sándalo; y apenas la luz tenue de la luna llena, que ya se cuela por las ventanas es la que lo ilumina…

-Y dices, Shamsain, que el Rey, o sea, el Sha, se mueve en todas direcciones sobre el tablero…´

 

-En efecto; pero sólo un paso de cada vez… no hay prisa, Musafir; no hay prisa… el Sha mide todos sus pasos, con dulzor, como las uvas que degustas.

 

Y allí, en aquella sala ricamente adornada, tumbado junto a la mesa de ajedrez, alienado ya en su voluntad por efecto del dulzor de las uvas maduras, y la suave voz de Shamsain, quedó plácidamente dormido Musafir. Con una de las piezas del ajedrez en su mano…

 

Shamsain observa en silencio a Musafir.

“Vendrá de occidente, un viajero caminante, a compartir tablero de juego, en la jornada previa a la luna llena, tras el solsticio…” “Está escrito, y así será”…

-Por dios, que los cielos tenían razón, –exclama para sus adentros Shamsain.

 

 

 

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16 de junio de 2009

Iparilargia, ya no… (Luna del Norte)

iparargia

 

No le diga nadie a Musafir que es verano;

Bastante extraña ya se pintó sola la primavera, y más en esta región.

Que no le digan a Musafir que las praderas se vistieron de flores que no corresponden a esta época del año.

Nadie se atreva, ni tan solo, a denunciar que el verde de los prados, no es el verde del mes de mayo, como acostumbraba.

Ni se atrevan a mentirle a Musafir, para confundirle con tierras que no baña la mar.

Que el pueblo que pisan los desgastados pies de Musafir en estas fechas, no aparenta en absoluto un pueblo.

No hay murallas; ¿por qué parece una capital, un burgo, al estilo de la Europa del siglo XIV? Musafir no comprende…

 

Que fluyen apacibles un par de ríos; pero que no son corrientes de agua;

Que sea Musafir el que fluye envuelto en dos regueros, ¿es tan extraño acaso?

Adopta la forma de las calles; adoquines pisados; reflejos de la fuente en una plaza. Los cántaros van y vienen. Sorben de la esencia misma de Musafir.

No se ve Musafir; ya ni siquiera se siente; se transforma. Es agua, por fin.

 

Pero Musafir no se sabe ya persona: se cree idea; silenciosa y simple, que se cuela entre las rendijas; gotas azules de rocío, aspirando el color de las letras impresas en los libros; Que vibran en su más oscuro interior al ser pronunciadas en moradas palabras que le va narrando ese abuelo a su nieto.

Inhalando el dorado azahar que impregna los naranjos violetas de los campos de los alrededores.

Mezclándose con el trigo segado de los prados. Tres meses de trabajos, y tres parcelas fértiles, mecidas por el viento.

Es Musafir entonces, tan sólo aire.

 

¿Por qué las paredes, los muros de las casas burbujean así?

Como moléculas microscópicas, tetraédricas, Musafir se adhiere, al fino polvillo rojizo del suelo.

Pierde acaso el albo vuelo, de saeta, y se densifica. Se intuye incluso un par de ojos sufridos; negros; redondos.

Allí mira al frente. Colosales estructuras, vivas, crujientes por la madera y el efecto del sol.

Adobe, marrón; las cuatro paredes espumean como el café, y se elevan cada vez más, hacia el cielo.

Cielo sólido, azul como él solo sabe. Pentágono místico fundido en abrazo con la espuma de muros contradictoriamente blandos.

A Musafir algo se le escapa…

Aquellos paisanos con sus manos depositan semillas y esperanza en Musafir;

Lo ven ahora como un pedazo de suelo cuadrado, sencillo.

Tan solo es tierra.

 

Que Musafir ya no flota; ni fluye.

Si le dicen que arde, no le convencería la idea.

Si le dieran calor, en este verano llegado, sería alma roja.

El sol se lo come con su radiación. Por encima de los tejados de terracota cocida, a Musafir se le inflama la sangre;

¿Quién detiene ya a Musafir? ni los nueve rayos destructores; que son tan morados de carne morada, que no asustarían al calor de la llama encendida en tridente íntimo.

Es fuego.

 

Ya has conectado, Musafir. Todo será más fácil ahora.

He esperado este momento durante más siglos azules de los que puedas evocar, ya lo sabes.

No te resistas.

Las ráfagas naranjas de tu pasado…

El aire; y el agua; y la tierra; y el fuego…

 

Los cuatro elementos esenciales según los antiguos. Te los he traído hoy.

Han purificado esos ciclos de lunas grises septentrionales tan ásperas tuyas que aquí, sin apenas darte cuenta, y de esta manera, concluyen.

 

Iparilargia, ya no…

 

 

 

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23 de abril de 2009

El vuelo de Majnún

 

majnun

 

 

 

Junto al camino, en la entrada del pueblo, una estela de piedra:

“Aquí dejamos constancia del infortunio que atormentó a quien en algún lugar yace; por el alma de Majnún, que no pudo, o no supo, alcanzar el cielo”.

 

Esta historia no debería tener en realidad un narrador, –me comenta Musafir.

Que no debería de haber acontecido ningún hecho desafortunado que manchase el plácido y tranquilo devenir de las cosas en este pequeño pueblecito de gentes sencillas y trabajadoras…

 

-¿Qué fue lo que pasó?, –acierto a preguntarle a Musafir.

Amigo mío, hace tanto tiempo de aquello…

¿No ves cómo está de desgastada la piedra?; apenas se reconocen en ella las palabras labradas…

 

Sí, pero la gente recordará, supongo…

Y Musafir, tomando aire, ceremoniosamente, señala hacia las montañas lejanas:

-¿Ves los picos que asoman altivos en la sierra?

-Sí, -le respondo.

Ellos, y los traicioneros vientos de poniente… ésos, fueron los actores que aniquilaron la ilusión de Majnún.

 

-Maestro Musafir, no consigo entender…

 

Y Musafir, al fin, empieza el relato:

 

-En aquella época, el hecho de que uno de los habitantes del pueblo tuviera los ojos azules, ya era algo llamativo, pero desde luego, no era una excepcionalidad. Todos los pobladores de esa región hacía años, (si no generaciones), que habían entrado en contacto con las comunidades de las ciudades de comerciantes del norte; más altos, de piel y ojos claros y, según todos los estudiosos, más civilizados y cultos.

-Bien, pero, ¿qué tiene que ver esto con Majnún?, Musafir; –le interrumpo.

 

Verás, Majnún no era originario de la región. Él era descendiente de aquellos pueblos norteños, y al parecer, heredó de ellos su inquietud por la ciencia y el conocimiento.

Siempre atareado en las labores de ayudante de su padre, en la carpintería, no desaprovechaba la ocasión para, en un rato libre, empezar a imaginar artilugios de las más variopintas formas y cometidos: Que si una máquina para calentar el horno automáticamente, que si un sistema para elevar el agua del río hasta las azoteas de las casas… en definitiva: todo un genio.

 

Pero un día, sentado al pie de la vereda, junto al río, y mirando hacia las montañas, observó el vuelo suave y preciso de las aves. Aquello le hizo reflexionar…

Volar… el sueño de todo hombre, desde el origen del mismo. Como un pájaro.

 

Noches y días, robando tiempo al mismo descanso, para concebir un artilugio, que ayudara al hombre a volar… como un pájaro. Esa era la obsesión de Majnún.

Atravesar las montañas; ver qué hay más allá. Apenas unas decenas de kilómetros eran, en esa época, más que un simple viaje.

Plumas de ave, cera, cola de carpintero…

Un bastidor de madera, cogido cual arnés al cuerpo desnudo, y todo lo demás combinado con ingenio. Esa era la receta que Majnún esperaba que surtiera efecto: Quería volar.

En el pueblo, los comentarios empezaron a hacerse llamativos:

-¿Volar? ¡qué locura! Dios no le dio alas al hombre, para poder volar…

Ese era el sentir general de la gente. El cura del pueblo, no mejoraba la situación:

-Majnún, el hijo del carpintero, como nuestro mesías, que estás desafiando las leyes de Dios… ¡Eres un verdadero loco! y como sigas así, ¡tendrás tu castigo divino! –Así se desahogaba el párroco cada domingo en su homilía.

Los contrariados padres de Majnún no comprendían la cabezonería de su hijo; cierto que algunos de sus ingeniosos inventos funcionaban realmente, pero esto… volar lo veían algo imposible, y estaban preocupados por él.

 

Pero Majnún no cejaba, y con cada nueva burla y desprecio por parte de sus vecinos, más claro tenía que quería empezar su viaje.

 

¿Qué razones ocultas pueden llevar a un ser humano prácticamente a su destrucción anunciada…?

Majnún calla hoy como calló entonces. Las semanas previas a su puesta en escena, fueron días de silencio entre Majnún y su familia; ya hacía tiempo que los habitantes del pueblo le habían retirado casi el saludo.

Las malas lenguas, dicen incluso que el pobre Majnún se pasaba horas y horas enteras, por las noches, junto al río, mirando embelesado a sus montañas… esas que quería a toda costa superar.

Majnún, el incomprendido loco, que casi embriagado como un pobre enamorado, buscaba no sabemos qué, en otros valles lejanos…

 

Llegó el día. Mejor dicho, la noche. El temor a que los vecinos lo detuvieran en el último momento, hizo que la partida se preparase al anochecer, y el intento por escapar de su valle, de su aldea, se programase para antes del alba.

Así fue. Majnún estaba convencido. Se ató el arnés recubierto con las plumas de ganso y oca sobre las varillas de madera, y ascendió la pequeña colina que hay junto al lavadero. Allí pensaba Majnún que los vientos nocturnos, justo antes de la amanecida, lo impulsarían valle abajo, para remontar el vuelo en mismo límite entre el prado y  el murete sobre el río. Todo meticulosamente calculado.

 

El guión se cumplió. Majnún, alado cual Ícaro mitológico, se lanzó desde la colina, valle abajo.

Justo antes de llegar al puente que salva el río, efectivamente, un soplo de aire empujó a Majnún hacia el cielo.

¡Volaba! ¡Majnún estaba realmente volando!

El alba ya se anunciaba. Las cumbres de sus anheladas montañas, lucían del color del oro.

Aire limpio; ni una nube. Abajo, quedaba el pueblo. Los campos ya vestidos de verde primaveral, eran preciosos desde esta perspectiva.

Cada vez más alto; más lejos. Los pájaros se asustaban ante tamaña ave; Majnún parecía planear, acariciado por corrientes de aire que lo elevaban cada vez más.

 

-¡Allá voy, por fin! –¡Espérame, tan sólo las cimas de las montañas nos separan ya!

 

Llegando estaba Majnún a sus montañas; su frontera; buscaba lo desconocido más allá. ¿O quizás no?

¿Por qué gritaba Majnún “¡espérame!” con total excitación… ?

¿Acaso, alguien al otro lado, en verdad, lo esperaba…? ¿O simplemente era una expresión retórica, fruto de la emoción del momento?…

 

 

-No te puedo responder ahora a estas incógnitas, amigo; –me dice Musafir. –La historia entra en su parte final.

-Yo, que llevaba todo el rato callado como un buen oyente, apenas murmuro con aprobación.

 

-Verás, prosigue Musafir, –algo horrible estaba a punto de suceder.

Majnún volaba, hacia su destino. Los rayos del sol empezaban a lamer las laderas de las montañas, que se acercaban más y más a Majnún. Y las corrientes de aire nocturno que habían elevado a nuestro águila hacia el cielo, perdían fuerza.

El planeo suave y exitoso, empezó a perder viveza. Majnún perdía altura. Las montañas, ya no a la vista en la lejanía; sino más bien bajo sus pies. Cae cada vez más pronunciadamente. Y el instinto le hizo una mala pasada:

Majnún empezó a aletear; cada vez más enérgicamente; intentando hacer funcionar unas alas que no habían sido concebidas realmente para ello. Presa del pánico, Majnún ve como literalmente sus alas se desintegran; ausencia de viento; el calor del sol mañanero… y plumas descolgadas de su arnés; la cola de carpintero, derritiéndose por el calor del día y el sobreesfuerzo del batir de las alas…

Al final, un armazón de madera, pesado, sobre sus espaldas. El vacío negro, infinito. Un abismo que engulle las ilusiones de Majnún. Una garganta de un gigante enfurecido que se traga el deseo de atravesar las montañas.

Imposible dar ni tan solo la vuelta. Majnún se pierde en el abrazo mortal de unos riscos afilados que no perdonan la caída desde los cielos.

 

 

-Como el Angel Caído, así fue castigado Majnún por su osadía. -Las palabras hoy más hirientes que nunca del cura, se meten en los oídos de los sufridos feligreses.

-Majnún desafió a Dios, hermanos y hermanas… y Dios, le ha castigado por ello.

 

La parroquia no emite ni un solo sonido; ni una voz que disienta… nada.

La ceremonia en recuerdo de Majnún deja a todos sumidos en el silencio más clamoroso si cabe. Casi un juicio, más que un homenaje…

Vecinos del pueblo y de los alrededores se acercan a expresar sus condolencias a los familiares de Majnún. Ritual escenificado años y años…  aunque no conocieran de nada al pobre Majnún, ni a su familia… pero el teatrillo del duelo colectivo, que no falte.

 

Tras esta procesión de falsas condolencias, alguien, discretamente, se acerca a los padres de Majnún.

Nadie ha reparado en la figura de este personaje, a pesar de que va tapado de arriba abajo con una especie de túnica con capucha. No se le ve ni la cara… apenas los pies o las manos.

Frente al padre de Majnún, pero con la cabeza gacha, el misterioso personaje le entrega una especie de sobrecillo que lleva en el bolsillo.

-Señor, me envían para que justifique las dudas que acertadamente tenéis.

He caminado jornadas enteras sin descanso para arribar a tiempo…

Vengo del valle, más allá de las montañas que vuestro hijo no logró atravesar…

 

-¿Pero, quién es usted? –con lágrimas en los ojos apenas acierta a pronunciar el padre de Majnún.

-Eso no importa ahora; –leed la carta, y desaparecerán vuestros desvelos; –yo he cumplido así mi misión, y parto ya a mi país.

Y, sin apenas notoriedad, el personaje misterioso, se aleja por la capilla, entre sombras, y desaparece.

 

Al día siguiente, se produjo el entierro, por decirlo así. (Al pobre Majnún, realmente, no llegaron a encontrarlo). Tan sólo los restos del arnés, aún medio cubierto de plumas, fueron encontrados por un pastor que deambulaba por aquellas laderas lejanas.

 

Y así fue como se enterró, bajo una estela de piedra que recuerde al muchacho, los restos de Majnún. No pudo ser en el cementerio, precisamente por no haberse encontrado físicamente el cuerpo, y porque, una vez más, el párroco se negó a dar sepultura a unos trozos de madera cubiertos de plumas y cola de carpintero…

 

-Pero, Musafir, ¿qué pasó con la carta? ¿Se aclaró algo?

¡Ah, amigo! –cierto es.

 

El padre, días después, se atrevió a leer por fin tan extraña misiva.

No le devolvió desde luego a su hijo, pero hizo que comprendiera todo: los anhelos de su hijo; su obsesión por atravesar las montañas… su deseo casi imposible de volar…

Comprendió, entonces, que las ganas de volar no eran tanto físicas, sino más bien mentales. Una necesidad de dejar atrás ese pequeño universo de mentes más bien encogidas y acartonadas.

 

-No entiendo nada, Musafir.

 

-Amigo mío, está muy claro: Majnún estaba cansado de la vida de su pueblo; de la falta de inquietudes de los habitantes de su comarca… ¿Recuerdas? él procedía de los pueblos del norte. Y nunca perdió el contacto con ellos. Se escribía periódicamente con gentes del otro valle, más allá de las montañas. Intercambiaban conocimientos, vía cartas.

Esas fueron las cartas que descubrió el padre de Majnún, tras leer las indicaciones que aparecían en la última que recibió de aquel ser extraño que se personó en la iglesia…

Todo: desde conocimientos científicos, como dibujos, y esquemas de parte de sus inventos; teorías matemáticas sobre la potencia del vapor y los fenómenos adiabáticos… pasando por debates filosóficos, éticos y morales… que desde luego le hacían ver la vida desde otra perspectiva a la que el sentido religiosos de sus vecinos lo tenía acostumbrado. Majnún no encajaba en aquella sociedad…

 

-Pero, sólo por eso, decide casi exponerse a la muerte… ¿de qué huía? –le pregunto a Musafir.

 

No, no fue la huída lo que impulsó a Majnún a salir de su pueblo. Fue la idea del “encuentro”.

 

-A ver, explícate, Musafir.

 

-Amor, amigo; amor; que después de ciencia, y conocimiento filosófico, es lo que en realidad pierde las conciencias de los hombres…

Majnún se marchó por amor. Días, semanas, años… escribiéndose; esperando con verdadera devoción una carta que, de manera furtiva, llegaba traída por un emisario anónimo cada noche de lunes. Cuando todos pensaban que Majnún descansaba, perdido junto al río; cuando los vecinos le veían cómo se quedaba embobado como un loco mirando hacia sus montañas… Majnún se mordía las ganas de recoger las preciadas cartas que le escribían desde el otro valle, y entregar a cambio, las suyas.

 

Majnún se sentía poderoso; sabio; quiso sorprender a la persona que amaba, con un encuentro digno de sus capacidades científicas; deseaba poner en práctica todo aquello que había aprendido durante el meloso carteo con esa persona amada del otro lado de las montañas…

Pero salió mal; un último cálculo mal hecho; precipitación; un viento que falló al amanecer… quién sabe ya…

Majnún no llegó a atravesar la barrera que fue infranqueable para él. Sus montañas, al final, le privaron de llegar a alcanzar siquiera con los dedos, su meta; su destino.

 

Quizás, no sólo fueran los ojos azules de Majnún los que le diferenciaban en realidad del resto de sus vecinos…

Su capacidad e inteligencia superior a la de los suyos queda fuera de dudas. Pero lo que le igualaba con ellos era precisamente, su condición humana. Y los sentimientos, en este caso, prevalecieron sobre la razón.

 

Así fue como Majnún, llamado el loco por sus vecinos, murió en sacrificio presentado ante sus queridas montañas; por un amor localizado más allá, tras la frontera de cumbres inalcanzadas que aunque nunca llegó a sobrepasar con la mirada, sí consiguió mediante las letras de sus cartas.

 

-Y así acaba la historia, que como te dije al principio, nunca debió tener un narrador. O por lo menos, no debería de haber sido contada tal y como yo lo he hecho esta noche…

 

 

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13 de abril de 2009

Pintor de acuarelas

 

 

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Se borra; como una acuarela mal secada; húmeda; diluida en una bruma espesa.

 

Al anciano, le han dicho que está en zona de guerra.

Que debe recoger sus bártulos, y huir inmediatamente.

Si es que no se oye ni bombardeos lejanos; ni disparos; nada...

El viejo piensa que debe haber perdido el oído, definitivamente.

Y sin embargo, la gente va calmosa;

La esposa del vaquero, con su vara, atizando con parsimonia a su ganado;

Los niños, corriendo alegres, arriba y abajo, junto a la fuente de la plaza.

 

Y ahora, ¿qué hago yo?, -parece interrogarse a sí mismo el hombre.

Tiene una pequeña mesita plegable, oxidada de cansancio, la pobre; llena de lienzos con acuarelas.

El cajón de madera, modesto pero orgulloso, sirve de asiento al abuelo.

 

Que está lloviendo, -le dice el soldado;

-Se te van a mojar tus pinturas.

Y el papel de acuarela, acostumbrado a absorber como sólo él sabe, toda la humedad, se va hinchando con cada nueva gota de lluvia.

Sí, porque además de la bruma horizontal, ha empezado a llover con mala uva.

Los hilillos de algodón que conforman el soporte de las acuarelas del anciano, se empapan;

La tinta al agua, va perdiendo fuerza; se diluye; muere, ahogada.

Acuarelas como la de aquella ventana, discreta, junto al puente…

La cálida estampa del gato de la vecina, debajo de los tiestos de geranios…

Esa impresionante marina, con su cielo atormentado y su mar bravío…

Todas esas imágenes, emborronadas.

 

Y de repente, el cielo se densifica. Adquiere casi textura de papel de acuarela también él.

Ruido sordo; una explosión naranja. Detrás de la vaquería, parece.

Humo; el viejo no oye nada. Un zumbido intuido, que no percibido, quizás.

No se oye nada. Ese extraño ruido mudo, como cuando te zambulles dentro del agua.

 

Ni caja de madera, ni mesa oxidada.

Por los aires, lluvia de hilos de algodón, teñidos de tierra marrón, oscura.

La casa de la vecina, inexistente.

El puente, apenas un puñado de rocas en el fondo del río.

Los niños... ¿dónde los niños?...

Polvo blanco, y un cerco de cenizas marrón.

El viejo, como en una sesión de espiritismo macabra, en el centro.

 

Ya no llueve; no se oye nada; no se ve nada;

El anciano se piensa ya muerto, y que está a las puertas del cielo; o del infierno, según se mire.

 

Pero su visión es cierta.

Rotos, los cuadros; apenas unos jirones. El retrato de un joven muchacho apenas imaginable, (que casi no reconocible).

En su mano lo toma, y tras unos momentos, comienza a caminar; sin rumbo.

Se aleja, al fin, del desastre.

Por el puente, imposible;

Por el camino, (le dijeron los militares), que se haya el frente.

Al bosque, -piensa. Refugio, cuanto más negro, mejor.

 

Huye, campo a través. Oscura tanto, la noche, que no ve ni su sombra.

Pero aunque sin fuerzas, apenas, se sabe superviviente.

 

Que le hablen al viejo de guerras... El siglo pasado, bien se pintó de sangre, en ese sentido.

No está nervioso, más bien cabreado.

No hay heridas; no tiene nada roto; ni gota de sangre roja manchando las ropas...

Antaño, diría: "¡milagro!"

Hoy, tan solo: "estoy vivo".

 

Ya encontrará otro lugar para habitar...

Con los pocos años que le puedan quedar de vida, al menos, les sacará su partido.

 

Él sólo necesita una mesa, aunque sea oxidada y rota; y apenas algún cajón que haga de posadera.

Que el papel de algodón, siempre queda, a pesar de toda guerra; y para pintar acuarela, tan solo agua y pintura seca.

 

Se pierde entre la bruma, el viejo. Los árboles, de nuevo sumidos de invierno lo acogen.

Allá va nuestro personaje.

A pintar lo que los años y los achaques le dejen.

 

 

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28 de marzo de 2009

Noroeste

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¿Acaso recuerdas, Musafir, los años sin mar...?

Eso parece estar empeñado en decirle al pobre Musafir la enigmática noche; seca; transparente de tan poca humedad.

Yanub brilla resplandeciente en el cielo primaveral. Y Orión, ni se atreve a dar un paso en falso: se sabe ya casi derrotado por otros héroes y mitos celestes más propios del verano que él. Esta noche no hay caza; hay calmosa espera.

Eres la misma Luna, (si no fueras tan pequeño), -apenas se atreve a susurrar Orión, el Cazador, acerca del brillo cálido de Yanub.

(Que de un corazón de hielo invernal como el de Orión, salga este cumplido, es más que un síntoma de que llega el buen tiempo.)

Y es que el guiño de Yanub es desconcertante:

Esta noche, no se refleja en las aguas de ningún mar templado, como esperaría Musafir, nuestro pobre navegante de mares fantásticos.

Acaso mira Yanub, sorprendido, al noroeste...

Musafir no entiende...

-¿Por qué el noroeste, Yanub?

-Si sólo hay estepas y montañas, allí donde apuntas, Yanub, -le recrimina Musafir.

-¿Por qué mis sueños de noches de abril aún por descubrir, sólo me evocan la visión incomprensible de montes pelados y altiplanos duros...?

-Demasiado lejos del mar, Yanub; demasiado...

-Ya vine de tierras de secano; ya caminé por sendas de piedras, polvo y guijarros... ¿por qué, de nuevo, me confundes con tus enigmas...?

Musafir cae redondo; dormido, al pie de su roca secreta, junto a su mar azul. Huyendo de un futuro cercano pero desconocido. No quiere perder las velas de su barco...

Pero la voz dulce de Yanub lo mece:

-No te fijes en la corteza áspera de esa tierra lejana, Musafir. Ya sé que si por ti fuera, te mojarías eternamente en aguas cálidas...

Pero has de secarte. Es necesario el viaje que te propongo.

Así que no te resistas; mejor piérdete, ahora que estás profundamente dormido, en esos páramos que tanto te desasosiegan.

-Ya sé que no comprendes aún, Musafir.

Pero yo te diré que el aire allá es del color de tu mar; No mires aquellas piedras angulosas; recréate en ese otro azul. El de la sierra, en la lejanía. El de los contrastes de sus tierras engañosamente planas. Si me señalas solamente una sombra azulada, y al fin sonríes, en ese mundo que sólo crees de tierra, ya habrá valido la pena tu sueño...

Toma en tu mano, el aire sólido, azul, del noroeste. Ya me preguntarás en mayo qué significa...

Y Musafir se quedó toda la noche sumido en el más absoluto sueño. Allí. Acurrucado en su roca; junto al faro; junto a su mar.

Y creyó despertar, como una hora antes del alba.

Alguien viene tapado, de los pies a la cabeza. Musafir lo ve, pero es como si no pudiera moverse. El extraño personaje le tiende la mano, y le enseña dos pequeñas esferas. Se las coloca en la mano a Musafir, y se da media vuelta.

Musafir quiere hablarle; pero no salen palabras de su boca. No se puede mover; ¿está despierto? ¿o acaso sigue soñando...?

En estas cavilaciones anda sumido Musafir cuando, repentinamente, se despierta.

Del extraño paseante, ni rastro.

Pero abre su mano, cautelosamente. No quiere creer lo que ya se imagina...

En efecto, allí están: para su mayor desconcierto y sorpresa, dos pequeñas esferas de cristal, (algo más grandes que el tamaño de dos canicas), y que ahora, y ya con el sol asomando por el horizonte, acierta a intuir Musafir su precioso color azul transparente.

Pero, ¿qué quiere decir esto?, -se pregunta, aturdido aún por el sueño.

Musafir mira al cielo; ya el día ha devorado a los seres de la noche. Ni Yanub, ni Orión...

El firmamento ya es naranja... apenas alguna nubecilla tímida a lo lejos.

En mayo, Musafir, entenderás tu sueño. Ahora, sólo mira al noroeste...

6 de enero de 2009

Nihongo!! 日本語! (Japonés)

Nihongo 

A Musafir siempre le han fascinado las culturas de extremo oriente. Quizás por su lejanía a la vieja Europa, y quizás también por lo exótico o extraño que a ojos de un occidental, sin duda,  resultan.

China, Japón, Corea... países todos de evocadores paisajes envueltos en la bruma, y caligrafía de tinta china con pincel sobre papel de arroz.

El primer encuentro, así de frente, con un habitante de Japón, en este caso, fue hace unos ocho años, -me cuenta Musafir. Bueno, todos habíamos visto antes hordas de turistas japoneses con sus cámaras Nikkon colgadas del cuello, haciendo miles de fotos de la Sagrada Familia en Barcelona... o embobados en las salas del museo del Prado mirando las Meninas de Velázquez.

Pero lo que llamó la atención sin duda de Musafir fue aquella extraña muchacha japonesa, que se salía de los topicazos que todos los occidentales tenemos del turista japonés clónico.

Así era esta curiosa y a la vez extraña nipona:

 

-Musulmana; integrista; vestida de arriba abajo con el chador negro de corte iraní, sin entender ni papa de "inglés" (luego me enteré que se dice "eigo" en japonés); fóbica a cualquier tipo de fotografía, y... estudiante de lengua árabe...

-Si es que Musafir se busca cada amiguito/a...

Sólo pudo comunicarse, apenas, en un simple y rudimentario conocimiento de la lengua árabe que ambos tenían. Pero la experiencia le dejó huella, y le hizo reflexionar. (Sobre todo cuando cogió entre sus manos el fantástico diccionario "arabiya-nihongo"), vamos: árabe-japonés. ¿Cómo se leía aquello?

El árabe se escribe de derecha a izquierda; y el japonés, tradicionalmente, de arriba abajo, y de derecha a izquierda también... Aunque ahora se prefiere de izquierda a derecha por simplificación... ¡¡Buf!!

Si un occidental se puede comunicar con un oriental usando una lengua de oriente próximo, cuyo origen se encuentra a medio camino justo entre ambos, ¿no es eso algo sensacional que nos debería hacer pensar en el poder comunicador de las lenguas, por encima de otras consideraciones políticas, y que nada tienen que ver con el fin original de las mismas...?

 

Me dice Musafir que la lengua japonesa es muy curiosa; aquí, en Europa, nos "pegamos" por intentar que en los teclados de todos los ordenadores aparezcan las "Ñ", las "ç", los acentos "^" las "ß" alemanas, y demás letras propias y exclusivas de nuestras lenguas, (al final indoeuropeas todas). Bueno, casi todas, pero con un mismo alfabeto, con pequeñas variantes.

 

Me cuenta Musafir que en Japón, (que deben ser más inteligentes que nosotros), y deben tener más capacidad, tienen 4 sistemas para escribir en japonés:

 

-Cómo dices, Musafir: ¿4 sistemas? Pues vaya lío, ¿no? -le contesto. ¿Cómo es eso, cuéntame?

Y Musafir empieza a relatar:

 

Verás, hace ya mucho tiempo, cuando Japón ni siquiera tenía ese nombre, unos mercaderes coreanos arribaron a las costas de las islas del Japón. Allí encontraron a un pueblo culto, y civilizado; una sociedad muy organizada, y muy orgullosos de su identidad. Pero tenían un problema.

-¿Cual, cual?

-Paciencia, y no me interrumpas, ¡eh!

Los antiguos japoneses no sabían escribir.

-¡Hala! Tan cultos, ¿entonces?

Pues sí; el japonés no se escribía, sólo se "hablaba".

Y los coreanos fueron los que les dieron una idea: ¿por qué no tomar de la lengua china sus ideogramas, que llevaban siglos inventados, para expresar las ideas?

-¡Jo!, estos japoneses, copiando tecnología ya desde el siglo IV, jeje.

-¡Calla, pequeño ignorante; y escucha:

Cierto; en este caso, los japoneses tomaron prestados los ideogramas chinos, los "kanji", y empezaron a codificar y escribir su lengua con ellos.

-Entonces, ¿el japonés y el chino son iguales?

No te adelantes todavía; Los cambios vinieron cinco siglos después.

-Ah...! Pues no lo entiendo: ¿era o no era el japonés igual al chino en el siglo IV?

-Vale, ¿quieres que te conteste?: Pues te diré que... sí y no.

-Jo, pues vaya una respuesta...

 

No te pongas nervioso. A ver, vamos a ver algunos kanjis para que lo entiendas:

  esto es, "NI- HON",  "Japón", en japonés.

  Ni, es el kanji para decir "día". Pero también significa "sol"

  Hon, quiere decir "verdadero", o "real", o "principal". Aunque también significa "libro" o "raíz, origen").

Y si los pones uno junto a otro, "Japón" (Nihon): 

-¡Anda, qué chulo, parecen dibujitos!

No vas desencaminado, no. El kanji es una representación de lo que en origen fue un círculo con un puntito en el centro: o sea, un sol.

Y , no es más que el dibujo estilizado de un árbol, donde el palito horizontal de abajo hace referencia a la raíz del mismo; y significa "raíz", no solo literal, sino también: "origen, real, cierto..."

Luego se lee Nihon, (o Nippon) y se traduce por: "(el país donde) tiene su origen el sol"

Pero... esto no es estrictamente "japonés; ¡¡es chino!!

-¡Jo! Musafir, ahora sí que no capto ná de ná...

Verás qué fácil:

Los japoneses llamaban a su país "Yamoto" que significa "suprema armonía". Sin embargo, los chinos lo llamaban (y así lo escribían) "el país del sol", el cual es el significado exacto de los ideogramas "NiHon" en este contexto. Al adoptar la escritura china, se extendió posteriormente el uso de dicho nombre.

En chino, "Japón" se escribe igual que en japonés: pero se pronuncia diferente: "rì bën" o "jih pen", de donde viene la palabra occidental ya usada por Marco Polo: Saipan, Cipang, ... y así: Japão (en portugués), que fueron los primeros occidentales en tener trato con Japón, y al final,  "Japan" y por tanto, "Japón".

 

Los japoneses "copiaron" los ideogramas chinos con el mismo sentido y significado, pero pronunciándolos, lógicamente, en japonés.

-Esto es muy difícil, Musafir.

Ahora te quedará más claro:

Imagínate que estás de viaje. Vas en un autobús por Alemania, y vais a parar en una área de servicio.

Tú, eres el único que hablas castellano; y tus compañeros de ruta hablan cada cual un idioma distinto. Pero todos tenéis que ir urgentemente al baño.

-¿Y que tiene que ver que tenga ganas de ir al baño, con los japoneses y los chinos?

Poco a poco:

Si buscas los aseos, lo más normal es que veas algo así en la puerta:

 

Toilet_signs_

Y tú, que no hablas ni papa de alemán, ni francés, sabrás que el cartel dice: "aseos de hombres / mujeres".

Y la chica francesa, al ver el cartel dirá: "toilettes pour hommes /femmes"

Y el alemán, pues lo mismo: "Toiletten für Herren /Frauen"

¿Qué ha pasado?

-Pues que todos entienden los mismos símbolos.

-¡Ahí está! Es un código escrito, que se comprende por todos, sin importar el idioma; porque lo que representa el sitio, o la acción es un idiograma, como los kanjis chinos, y no un conjunto de letras como los sistemas occidentales y que en cada lengua, se escribirían y pronunciarían de forma distinta.

 

Los chinos, escriben "ideas", así como los japoneses. Por eso, los kanjis significan lo mismo en ambas lenguas, aunque se pronuncien de manera totalmente diferente. Es una especie de "código de circulación" común que tienen ambos idiomas.

Si vieras escrita esta secuencia, tanto el chaval alemán, como la chica francesa, como tú, entenderíais el mensaje:

 

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"Peligro: no te pases de 30 km/h que puede haber niños cruzando la calle"

¡¡Y todo con 3 ideogramas, o "kanjis" jeje!!

 

-¡¡Ahora sí lo entiendo mejor, Musafir!!

-Pero... me dijiste que los japoneses usaban hasta cuatro sistemas; ¿qué pasa con los otros tres?

-Bueno, pues como te decía al principio, eso llegó cinco siglos después de los kanjis chinos...

 

Jo, ¡yo quiero saber, quiero saber!

-Paciencia, y tranquilidad... Si fueras un niño japonés, ahora mismo te estarías aprendiendo la lista de los kanjis "obligatorios" para poder leer un texto en japonés...

-¡Bah!, si es tan fácil como los dibujitos de antes, seguro que en unos días puedo con todos...

-No seas cabezón: -¿sabes cuántos son los kanjis obligatorios?

No; ¿es que son muchos?

Bueno... todos los que existen, apenas se conoce su número...

-¡Qué dices!

-Se calcula que hay más de 40 mil kanjis chinos, de los que en Japón se consideran también más de 15 mil.

-Aunque los niños, "sólo" tienen que aprenderse 1945 de estos ideogramas, en una lista oficial, el "joyo kanji".

-¿Qué dices? ¿sí?

Totalmente.

Pues entonces, no me parece tan sencillo...

-Los maestros y estudiosos, llegan a controlar bien unos 7 mil.

-Pero entonces, ¿cómo escriben todo aquello que no son capaces de recordar con los kanjis?

Pues para eso tienen los otros 3 sistemas: el hiragana, el katakana y el romaji...

Y es en este punto, donde el japonés escrito se diferencia completamente del chino.

Al ser un sistema "importado", llegó un momento en que no todos los conceptos japoneses se podían escribir con kanjis chinos... y ahí surgieron los otros tres sistemas.

Pero para explicarte cómo usan los japoneses estos otros sistemas, necesitaré algo más de tiempo...

Así que ya será otro día...

Bueno... pero no te olvides eh, Musafir!