28 de marzo de 2009

Noroeste

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¿Acaso recuerdas, Musafir, los años sin mar...?

Eso parece estar empeñado en decirle al pobre Musafir la enigmática noche; seca; transparente de tan poca humedad.

Yanub brilla resplandeciente en el cielo primaveral. Y Orión, ni se atreve a dar un paso en falso: se sabe ya casi derrotado por otros héroes y mitos celestes más propios del verano que él. Esta noche no hay caza; hay calmosa espera.

Eres la misma Luna, (si no fueras tan pequeño), -apenas se atreve a susurrar Orión, el Cazador, acerca del brillo cálido de Yanub.

(Que de un corazón de hielo invernal como el de Orión, salga este cumplido, es más que un síntoma de que llega el buen tiempo.)

Y es que el guiño de Yanub es desconcertante:

Esta noche, no se refleja en las aguas de ningún mar templado, como esperaría Musafir, nuestro pobre navegante de mares fantásticos.

Acaso mira Yanub, sorprendido, al noroeste...

Musafir no entiende...

-¿Por qué el noroeste, Yanub?

-Si sólo hay estepas y montañas, allí donde apuntas, Yanub, -le recrimina Musafir.

-¿Por qué mis sueños de noches de abril aún por descubrir, sólo me evocan la visión incomprensible de montes pelados y altiplanos duros...?

-Demasiado lejos del mar, Yanub; demasiado...

-Ya vine de tierras de secano; ya caminé por sendas de piedras, polvo y guijarros... ¿por qué, de nuevo, me confundes con tus enigmas...?

Musafir cae redondo; dormido, al pie de su roca secreta, junto a su mar azul. Huyendo de un futuro cercano pero desconocido. No quiere perder las velas de su barco...

Pero la voz dulce de Yanub lo mece:

-No te fijes en la corteza áspera de esa tierra lejana, Musafir. Ya sé que si por ti fuera, te mojarías eternamente en aguas cálidas...

Pero has de secarte. Es necesario el viaje que te propongo.

Así que no te resistas; mejor piérdete, ahora que estás profundamente dormido, en esos páramos que tanto te desasosiegan.

-Ya sé que no comprendes aún, Musafir.

Pero yo te diré que el aire allá es del color de tu mar; No mires aquellas piedras angulosas; recréate en ese otro azul. El de la sierra, en la lejanía. El de los contrastes de sus tierras engañosamente planas. Si me señalas solamente una sombra azulada, y al fin sonríes, en ese mundo que sólo crees de tierra, ya habrá valido la pena tu sueño...

Toma en tu mano, el aire sólido, azul, del noroeste. Ya me preguntarás en mayo qué significa...

Y Musafir se quedó toda la noche sumido en el más absoluto sueño. Allí. Acurrucado en su roca; junto al faro; junto a su mar.

Y creyó despertar, como una hora antes del alba.

Alguien viene tapado, de los pies a la cabeza. Musafir lo ve, pero es como si no pudiera moverse. El extraño personaje le tiende la mano, y le enseña dos pequeñas esferas. Se las coloca en la mano a Musafir, y se da media vuelta.

Musafir quiere hablarle; pero no salen palabras de su boca. No se puede mover; ¿está despierto? ¿o acaso sigue soñando...?

En estas cavilaciones anda sumido Musafir cuando, repentinamente, se despierta.

Del extraño paseante, ni rastro.

Pero abre su mano, cautelosamente. No quiere creer lo que ya se imagina...

En efecto, allí están: para su mayor desconcierto y sorpresa, dos pequeñas esferas de cristal, (algo más grandes que el tamaño de dos canicas), y que ahora, y ya con el sol asomando por el horizonte, acierta a intuir Musafir su precioso color azul transparente.

Pero, ¿qué quiere decir esto?, -se pregunta, aturdido aún por el sueño.

Musafir mira al cielo; ya el día ha devorado a los seres de la noche. Ni Yanub, ni Orión...

El firmamento ya es naranja... apenas alguna nubecilla tímida a lo lejos.

En mayo, Musafir, entenderás tu sueño. Ahora, sólo mira al noroeste...