12 de agosto de 2010
El Apolo del Hermitage
31 de marzo de 2010
La mirada de fuego
Ekía es como un niño pequeño. Y no alcanza a comprender que tiene un poder especial.
Ekía quema; deslumbra. Su mirada brillante ciega a quien osa mantener la vista en él.
Blanco nuclear. El cielo pierde su azul intenso cuando Ekía está presente.
No puede controlar su fuerza; su don.
Ekía no puede mirarse a un espejo. Su propio reflejo acabaría con él. Abrasado; cegado.
Dice sentirse como pez en el agua por las noches. En verdad, la noche no existe para él.
No hay estrellas en el cielo nocturno de Ekía.
Ekía no puede probar el agua. Ésta huye de él, se evapora entre sus manos.
Ekía derrocha energía. La regala sin pedir nada a cambio.
Lástima que el resto de los hombres no sepa canalizar este regalo.
Ekía sufre también: por él se secan las plantas.
Ekía mata de sed; y de calor.
No puede darte un abrazo, ni acariciar tu mano: te abrasa la piel.
Pero Ekía hace florecer los prados y madurar las cosechas.
Los hombres se alimentan gracias a él.
Cuando hace frío, los gatos le buscan entre los tejados.
Ekía sólo teme a Ilarguía: Luna blanca con cara de felino. Sólo ella sabe eclipsarlo. Reducirlo en su fuerza.
Ekía no es mal chico; sólo que no controla su poder.
Como un niño con el mando en su mano, puede llegar a ser todo un tirano.
Pero en este invierno frío, todos le hemos echado de menos. Más en el norte.
Ekía, el niño de mirada de fuego…
27 de febrero de 2010
Sol de medianoche
No entiendo;
Por qué brilla el sol…
Es noche cerrada; la piel se torna azulada bajo la mirada discreta de los astros.
Gotas de sudor frío; plata líquida por las mejillas. No llora nadie; y calor, no hace.
Por qué quema , entonces, el cielo nocturno…
Veo signos, glifos, runas… escritura ancestral, indescifrable en la penumbra.
Corteza de árbol tallada; rocas ásperas; tapiz de musgo blando…
Frescor de vereda oculta entre los árboles; acaso ruta secreta…
Camino azul; agua violeta. ¿Es este un mundo irreal?
No hay nadie, pero se oye una voz susurrante. Me espía.
Es dulce, pero apenas parece mordisquear mis oídos con la sal de sus notas claras.
Cadenas, que brillan con el color metálico de la luna llena.
Casi me parece que toco el musgo, no verde; es pardo; corto y firme.
Yo no sé si un niño; y sin embargo la sonrisa pícara se intuye entre los arbustos grises.
Yo no sé si juega; pero tengo la sensación de que siempre gana.
Como viento entre las ramas; desnuda la voluntad de los caminantes. Frío; calor…
Veloz, ágil, imprevisible… los pájaros no merodean despiertos en la noche; quién aguarda, pues…
Acaso otro sueño de Musafir…
No tomaría nuestro viajero vino de ambrosía antes de dormirse…
Musafir está recostado sobre una roca llena de suave musgo, junto al riachuelo.
Se despierta sobresaltado…
No hay nadie.
La sonrisa sí que se ve reflejada en las aguas del arroyo.
Pero no quiere mirar al frente. Temor; quizás vergüenza…
Tiene las manos azules; temblorosas.
Le corren gotas de plata por el rostro…
Dónde acaba el sueño…
Cuándo acaba el sueño…
La mente a veces nos engaña;
Otras, nos hace creer que nos engaña…
Luego dirán que el sol no luce en la medianoche…
Eso debe pensar Musafir en esta noche invernal, extraña…