30 de abril de 2008

Papel de Amsterdam

amsterdam

Sólo te ha quedado Amsterdam, Musafir.

Aún recuerdo cuando vi por primera vez aquel río, entre bosques de un verdor puramente mágico y aguas expresivamente salvajes. Que era un pequeño arroyo de las Montañas Rocosas, dijiste, casi inexplorado, y aun menos habitado... en ese, ya casi lejano, final de siglo XX.

No hizo falta que me dieras más pistas. Vi en tus ojos el reflejo de todo un continente; abierto a ser caminado; a ser respirado y vivido.

Me consolé en el recuerdo de árboles y agua de papel. Jamás respiré; y quién dijo, tampoco viví. A pesar de tu insistencia. De tus sombras azules...

Y se mojaron mis rodillas en otras aguas; recorrieron mis venas las corrientes de ríos septentrionales. No ya en América; sino en la vieja Europa. Y anduve más de una década descifrando, de nuevo, barcos fluviales de papel; acartonado ya por el tiempo.

Pero no me quedó ni la palabra escrita. Que la tinta ya no me emocionase, era lógico; pero, ¿adónde fue el alma de las palabras?

Se las tragó, ya sabes quién: El muro.

Y me enseñaste aquella foto del trozo de muro de Berlín, ¡vaya!, ¿otro muro, Musafir? . Sí, me dijiste que una vez dividió toda una ciudad, todo un país. Que murió gente por intentar atravesarlo.

Una vez unió, más que separó; el muro; no aquel de Berlín. El muro; el de casa. El que me tatuaste en la brisa rosada de mi frente.

Pero al final, el papel se rasgó. Con ese rasgar amarillo viejo que adquieren los papeles rancios. Esos que se ha merendado el sol en tardes de verano; en esas que un día me soñaste; en esas que un día me pensaste con tus dilemas violetas.

Probablemente no supe respirarte; como tampoco te viví por aquellos recovecos de los ríos vírgenes de las Rocosas; y mucho menos por los maltrados de esta nuestra Europa.

Porque, cuando me di realmente cuenta, tu paisaje de cumbres afiladas me había abandonado.

Cuando quise despertarme, sólo me habían quedado las llanadas, y las aguas remansandas.

Alguien se encargó de limar las montañas; o lamer. Sólo vi, así, con la mirada, la mar...

Ahora miro tu calor congelado, verde no ya de bosque, sino de veneno de enanos verdes; y repaso tus preguntas, apenas moradas, no ya de incógnita, sino de asfixia de capirote de nazareno...

Ya no veo sino canales y bicicletas al borde de un canal. A punto de caer.

Sólo veo Amsterdam.

Sólo me ha quedado devorarme los viejos canales marrones de un Amsterdam de papel manchado de café.

...

Y en esto, Musafir se acabó el café que estaba tomando, en silencio. Y al dejar la taza sobre la mesa, reparó en el dibujo de la servilleta: un mapa, precisamente de Amsterdam, del siglo XVIII, con la siguiente descripción en latín "Amstelodami Veteris et Novissimae Urbis Accuratissima Delineatio" .

A Musafir le pareció curiosa la coincidencia, y llamativo el soporte para un plano. Así que se llevó la original servilleta de recuerdo.

(Lo que no sabe Musafir, es que quizás encontrarse esa servilleta en su mesa no fue tan casual como él cree...)