15 de diciembre de 2007

El aniversario

vlcfrio

Musafir, como cada 14 de diciembre, tiene mucho que celebrar. Este año, igual que hace ya seis, diciembre ha venido especialmente frío.Viernes, igual que aquel viernes de diciembre de 2001. Tres o cuatro grados de temperatura en el exterior, pero más frío casi por dentro en el cuerpo de Musafir.

Noto que a pesar de la humedad heladora, Musafir está contento. Seis velas en el pastel. Bueno, no hay pastel. Pero yo lo estoy viendo: base de bizcocho relleno de mousse de chocolate. Todo él de chocolate. Y los ojos de Musafir se derriten entre mis pensamientos.

Hace seis años no hubo tarta tampoco. Hubo mudanza ese día. Apresurado iba Musafir por las calles, encogido en su chaqueta gris. Recorriendo una ciudad familiarmente ajena, y suspirando por por el peso de cajas llenas de demasiadas cosas viejas. Cachivaches que iba a dejar tirados, por fin.

No hubo tarta; ni chocolate para los labios de Musafir. Hubo partida de dominó en solitario. Hubo carretera, ya de madrugada, apretado Musafir por la nieve y hielo; ya no tanto dentro de su alma, pero sí en las márgenes y los arcenes de aquel camino nuevo; renovado.

Hoy también hace frío; hoy también es viernes; es 14 de diciembre. Seis años celebra Musafir. Hoy, el chocolate no se congela por el frío. Estoy con Musafir; devorando, (no ya con los ojos), sino a bocados, un enorme pastel de chocolate. 

2 de diciembre de 2007

La carga de Hasín



Si no fuera porque se llamaba Hasín, Musafir habría pensado que se equivocaba al recordar de nuevo lo ocurrido días atrás...

Poco acostumbra nuestro viajero infatigable a deambular de noche. Pero fue hace unos días...

El frío que el cielo raso de noviembre nos ha regalado este año bastante tenía que decir bajo los pasos distraídos de Musafir.


Hasín no era desconocido; Su sonrisa leve ya había acompañado otras tardes de otoño a Musafir. Pero aquella noche, todo era distinto. La luz sórdida, cargada por el humo de horas de tabaco, no dejaba que las siluetas de los personajes nocturnos se recortaran con la nitidez de otras ocasiones de fiesta. Pero allí estaba Hasín. Con su enigmático ir y volver cargado de cafés y ron con cola; este es el ajetreo propio de un sábado noche. Música a todo trapo, y decenas de manos cómplices deslizándose por la pringosa barra del bar. Hasín está en su salsa. Casi es un maestro de ceremonias en este sarao, detrás de la barra. Abrazos variopintos que se impregnan de colonia, y besos en las sonrosadas mejillas que se untan con el húmedo aroma de crema de ducha; frescor en los gestos, y en las pieles que se rozan en un frenesí desinteresado.
El pantalón medio caído, enseñando el ribete de la ropa interior. Camisa remangada, a cuadros.
Agilidad en los pies, y rapidez mental en los cálculos. Billetes y monedas se queman en alcohol y otras bebidas... Hasín disfruta, aparentemente, de este circo.


Y mientras esto sucede, Musafir, desde la mesa de la esquina, observa.
A estas alturas de la velada, Hasín ya se ha dado cuenta de su presencia. Y llega el café pedido hace apenas medio minuto.
La mesa quiere apartarse, pues parece intuir el sobrevenido nerviosismo de las manos de Hasín.
Pequeño desastre el que se avecina: el café se derrama entero. La taza se agarra con los pies que no tiene al borde de la asustada mesa, que se estremece en un baile circular, rítmico, pero improvisado y un poco anárquico.
Allí, frente a Musafir, la sonrisa de Hasín. Tan falsa sensación de tranquilidad transmite, que a Musafir le recuerda a esas azafatas de avión, tan profesionales, que con una sonrisa evitan descubrirte que el avión tiene problemas serios...
Ni el trapo mojado en agua y restos de licor que Hasín pasó después sobre la sufrida mesa pudo apaciguar su más que palpable ansiedad.
El aire rancio, remetido en humo y olor a café se ha congelado. La música se contrae como un papel arrugado. Las voces de la gente se solapan y se enroscan en sinfonía marrón, discordante.
Las paredes repintadas del local devoran todo sonido audible.


Hasín sabe...
Musafir sabe...


Como único ruido, el quiebro de la madera. No resuena en el pub: No; sólo cruje en los oídos de Musafir y Hasín.

Musafir ya sabía...
Hasín no sabía...


Unas semanas antes de que ocurriera todo esto, a Musafir se le había ocurrido preguntar al Maestro de obra:
- Díme Maestro, ¿qué hago si se parte de forma inesperada la madera?
Con sabio razonamiento y voz pausada, este le explicó lo fácil que es partir una viga de madera apoyada.
- Nunca dejes caer todo el peso en el centro. Si no respetas esta ley, la madera cederá. Y de nada valdrá que tengas el resto de los tablones bien colocados...

Y ahora, en aquel local de copas Musafir estaba literalmente escuchando con estupor cómo la madera cedía.
-¡Hasín!, -apenas acertó a pronunciar.
Y Hasín, con esa repentina endeble apariencia de fortaleza quebrada, no hacía más que mirar ausente a los ojos de Musafir.
Se aparta veloz, y se refugia de nuevo tras su barra de bar.
Musafir no puede; no sabe cómo actuar. Entre dientes, apenas masculla algunas palabras:
-No intentes llevar Hasín toda la carga. Si el Maestro de obra te viera en esta situación... ya sabes lo que te haría. Ya sabes lo que ello supone. No quiere vigas que aguanten todo el peso. Reparte la sobrecarga, Hasín.

Pero Hasín no oye; no escucha siquiera.
Ni aquella noche; ni a la mañana siguiente.
La madera ha cedido.


Volvió a ver Musafir al pobre Hasín pasados unos días. Ni las miradas se cruzaron.
¿Por qué el temor aflora ahora en Hasín?
¿Acaso ha hecho algo mal?
¿Habrá llegado a oídos del Maestro de obra el colapso de la madera?
¿Tanto se oyó? -duda.
Musafir no ve indicios...
Y sin embargo...

Seis de la tarde. Jornada de obra. Silencio y movimientos esquivos. Hasín no saluda. Su rostro cabizbajo desconcierta a Musafir.

Han pasado dos semanas. Y los labios repetidamente cerrados de Hasín incomodan al perplejo Musafir. Dos semanas de obra sin comentarios, metidos entre cerchas de madera y clavos. Olor a serrín y virutas. El barniz impermeabiliza la madera, y la defiende de los ataques de la humedad y los insectos. Pero nada parece proteger a Musafir de la frialdad que reviste la actitud de Hasín para con él...

Musafir sabe...
Hasín sufre...
Musafir entiende...


¡Qué rabia! Al igual que ya averiguó en su momento la gran debilidad de la ficticia fuerza de Hasín, ahora Musafir, ya sabe... ya entiende... lo que ocurre en la mente atormentada de esta suerte de aprendiz de obra que es Hasín.
Hasín... conocido por su aparente fuerza exterior.
Un día crujió, como las cerchas de madera mal apoyadas...
Como le reveló un día el Maestro de obra a Musafir...

Ahora, yo también sé...
Como Musafir...
Como Hasín...

Pero no; no fue Musafir quien me confesó el secreto que partió a Hasín.
Lo averigüé.
Yo también trabajo para el Maestro de obra...
Pero nunca se lo diré.
Desde luego, la casa no se va a caer.
Pero es una pena, que alguien tenga que llevar esa carga en exceso.

En una ocasión me dijo el Maestro que una viga se calcula con un margen para que no haya problemas. Que la puedes cargar de más hasta un límite fiable, y que esta no se caerá. Resistirá sin mostrar fatiga alguna.
Yo pensé: si los pensamientos negativos de las personas funcionaran igual que las estructuras...
Que pudierámos cargar nuestras penas de más, hasta el límite controlado para evitar el quiebro...
Pero no tenemos el alma de madera, aunque a veces nos cruja igual.

Hasín sigue crujiendo, como una viga de madera sobrecargada...
Y Musafir no puede ayudarlo...
Ni yo tampoco...