24 de mayo de 2008

Un hombre; tu nombre.

 

pencil

 

Musafir mira de reojo al personaje que está sentado en la otra mesa. Advierte, con disimulo, cómo el hombre, de mediana edad, garabatea sin parar sobre el periódico que tiene junto a la taza de café.

Qué debe estar escribiendo, se pregunta Musafir, que ya no le quita el ojo de encima.

Aspecto algo descuidado; las gafas repegadas en los diminutos ojos; una barba canosa de una semana, por lo menos; pero las manos, impecables. El lápiz con el que está literalmente "grafiteando" el diario, no puede soportar casi la velocidad de esas manos. Manos que parece que se quieran atropellar entre sí; como si el cerebro no fuera quien diera la orden de ir juntando las letras... casi parece escritura automática; esa que tanto les gusta representar a los guionistas de  Hollywood en sus películas de sucesos paranormales.

Y sin embargo, a pesar del trajín evidente que se desborda de la pequeña mesa, el rostro de este hombre está visiblemente sereno. Como si la carrera de manos, lápiz y papel rallado no fuera con él.

En ese preciso instante, el repentino tono de llamada de su móvil, acaba por quebrar el espectáculo.

Ni diez segundos al teléfono; y dos o tres murmullos, asintiendo con la cabeza, para que el señor saliera precipitadamente del local. Apenas un billete de 5 euros solapado debajo del platillo del café y, con las prisas, el periódico, manchado de café y palabras escritas encima con lápiz se queda huérfano sobre la mesa.

Musafir, que parece ser el único testigo de tan peculiar función de teatrillo vespertino de cafería de barrio, no puede comerse las ganas de curiosear en el periódico abandonado que yace, aliviado quizás, (si tuviera alma), de su tortura de lápiz y magreo enérgico.

Así que antes de que el chico del bar recogiera las sobras del café y se cobrara los cinco euros, Musafir adopta momentáneamente al ejemplar de prensa escrita. Dispuesto a leer lo que su anterior propietario había escrito encima.

Pero la letra era realmente horrible; y el café derramando no ayudaba a la misión de entresacar las palabras emborronadas.

Ya con un poco más de empeño, al final, consigue Musafir interpretar la grafía atormentada que era casi ilegible.

 

El chaval de los cafés ya ha tenido la agradable sorpresa de encontrarse los cinco euros bajo el platillo del café del escritor acelerado; y mientras, Musafir va leyendo con cara de asombro, las palabras escritas sobre la portada del periódico.

Asombro, e interrogación se puede leer ahora no ya escrito, sino en el gesto de Musafir. Como si de una revelación se tratase, Musafir se empapa del papel; Se lo acerca a los ojos, y lo va girando, intentando seguir la senda dejada por las palabras escritas con prisa; buscando los huecos entre los titulares en negrita que anuncian que se acerca la crisis inmobiliaria, y que el petróleo está por las nubes, y los recuadros de publicidad.

-¡No puede ser! -exclama por fin Musafir.

Pero, ¿cómo es posible?.

Ahora quien estaba realmente alterado era Musafir. Y las consecuencias de este estado de excitación las volvió a sufrir, como era de esperar, el malogrado periódico; que ya más bien parecía un viejo papel de estraza, de esos que se usan para envolver el pescado; entre gris y marrón, que de nuevo, volvía a recibir un baño de bebida estimulante. En este caso, parte del té verde con menta que se estaba tomando Musafir y que se desparramaba sin límites por el diario.

Musafir se levanta con prisas, y deja caer una moneda de 2 euros sobre la mesa. Acto seguido sale disparado por la puerta de la cafería y se pierde, corriendo, calle abajo.

 

Pero, ¿que narices ponía en el periódico, me pregunto yo, en este punto de la historia, para que Musafir salga corriendo así?

 

En el Café, el muchacho que recoge las mesas está que no cabe de alegría: en menos de media hora, un café solo y un té verde con menta, por siete euros, de los cuales cuatro y medio se los ha llevado de propina...

 

Pero ya está claro el misterio del periódico.

Ahora ya sé quién era el escritor acelerado.

Ahora ya sé por qué Musafir salió tan apresurado del local; se fue tras el personaje que escribe siempre con el lápiz.

Porque Musafir y yo sabemos quién és.

Porque, aunque el Nombrador de Cosas se disfrace de escritor trasnochado, nosotros lo conocemos; y él a nosotros también.

 

Porque, en el periódico, que recogí antes de que se lo llevara el camarero, ya sabemos lo que estaba escrito.

Porque a nosotros, Kátib, nuestro hacedor de historias, nuestro nombrador de cosas, no nos puede engañar tan fácilmente.

 

Ahora ya sabemos lo que le pasaba en estos últimos meses; Esa repentina falta de inspiración... esos ataques de melancolía. Kátib estaba realmente sufriendo.

Las razones no las desvelará Musafir; que el pobre ahora ya tiene bastante en atrapar a Kátib que se le escapa por la calle.

Y que nadie me pregunte quién llamó a Kátib por teléfono...

Porque sólo Musafir realmente lo sabe...

 

Esto estaba escrito en el diario:

 

"Un hombre; tu nombre".

"Un hombro, ¡qué hambre de ámbar!"

"Ya no me nombra tu sombra."

"Lamer, limar... la mar. Amar a mar."

"Por ti di mi vida; mi vid... David."

"¡Ora, ahora!... llegó tu hora."

 

 

"Me cuesta tanto ponerte nombre..."

"Cada vez me cuesta más ponerte nombre..."

 

 

El periódico, lo guardo yo. Ya se lo daré a Musafir para que se lo devuelva a Kátib; nuestro "hacedor de historias"; nuestro "nombrador de cosas"...