23 de febrero de 2008

"Urzo txuria joan zen..."

urzo_txuria 

SE EQUIVOCÓ LA PALOMA

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
que la noche la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas eran rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)

Rafael Alberti

***

 

Musafir aún recuerda con claridad aquel encuentro fortuito con ese caminante, también casual.

Llevaba una camisa clara; los pies descalzos. Poca ropa para un invierno tan crudo.

El rostro, apenas iluminado por la tenue luz de una hoguera nocturna, no le dejó a Musafir hacerse con sus facciones.

¿Por qué tanto equipaje?, se preguntaba en silencio Musafir.

Pero ni los pensamientos ni las palabras afloraron en voz alta entre ambos.

Apenas conversación medió aquella noche. El humo del fuego hablaba en solitario. Y el brillo de las llamas se reflejaba en los ojos callados. Las entumecidas manos se acariciaban la piel, frotándose enérgicamente, intentando transmitir el poco calor que recogían de la fogata. Un poco de queso y algo de vino, para acompañar el estómago. Que la bocas no quieren que se les escapen los deseos de preguntar que tienen los labios...

Al final, el sueño vence. Acurrucados los dos, casi abrazados para apurar el calor. Dos extraños unidos por el frío. La manta no llega para cubrirlos por completo. Y los brazos se entrecruzan.

 

Mañana húmeda, densa. Musafir tapado hasta los ojos con su manta. Está solo frente a los restos del fuego. Su enigmático compañero de noche ha desaparecido. No hay huellas; no se oye nada. Sólo el rocío mañanero se cae de las ramas de los árboles, golpeando levemente el suelo.

De tanto mirar a lo alto, casi tropieza Musafir con algo bajo sus pies. Se agacha y recoge lo que parece un trozo de papel, como si hubiera encontrado un mapa del tesoro. Escrito en él, unas palabras que Musafir es incapaz de descifrar: "Urzo txuria naiz"

Levantó nuevamente la mirada; nada. Ni un alma en este bosque. Se guardó cuidadosamente el papel dentro de la mochila y desmontó el campamento.

 

Si Musafir le hubiera visto entonces las alas blancas a aquel extraño personaje... quizás todo habría sido más sencillo... Pero en ese momento, nunca podría imaginar Musafir lo que darían de sí aquellas tres palabras escritas en un idioma para él incomprensible. Eran su único recuerdo de aquella función de teatro un tanto irreal. Y el final, aun no estaba realmente escrito...

 

Preguntó, ya mucho tiempo después, cuando por fin llegó a una aldea habitada.

Tierra extranjera para Musafir. Nadie parecía entenderle;

Pensó que a lo mejor, esta gente podría desentrañar aquellas oscuras palabras que llevaba.

Se acercó a la taberna. Y desenrolló cuidadosamente el papel manuscrito sobre la barra, con la esperanza de que alguno de los paisanos le sacara de dudas...

Las miradas se congelaron. El aire cargado del bar se volvió casi marrón. Solo la respiración se oía. Musafir no acierta a comprender la situación...

 

-"Urzo txuria ikusi ba al duzu?" . (¿Acaso has visto a Urzo txuria?), -le preguntaron en esa rara lengua...

 

-No entiendo nada... respondió el pobre Musafir, un poco aturdido y confuso.

 

Del fondo de la taberna, la voz suave y dulce de una chica rubia de no más de dieciocho años, empezó a cantar melancólicamente en esa lengua:

 

<<Urzo txuria errazu

Nora joaten zera zu

Ezpainiako mendi guziak

Elurrez beteak dituzu

Gaur arratzean ostatu

Gure etxean badezu.>>

 

Todos asintieron con gesto duro y serio. Pero nadie se movía. Extraña la lengua; extraña la gente; y extraña su reacción. Parecía que hubieran visto un fantasma.

Musafir se acercó a la joven, y le mostró la hoja de papel.

Esta, lo tomó en sus manos, temblorosas, mientras todos observaban en silencio. Aquello parecía casi un ritual mágico. Una especie de "Santo Grial" que estaba dejando el ánimo de estos aldeanos realmente trastocado, y la cara de Musafir a cuadros.

 

-"Bai, bai!! Urzo txuria da! Eztago hilda! Bizirik dago, aita! bizirik dago eta!"

-("¡¡Sí, sí!! Es Urzo txuria! ¡No está muerto! ¡Está vivo, padre! ¡Que está vivo!")

 

El bar se sumió en un silencio negro. El tabernero, apretaba los nudillos contra la barra, y empezaba a sudar ostensiblemente.

Musafir no sabía qué hacer. Quizás habría pensado en salir huyendo, pero.. ¿por qué razón?

Tras unos momentos que parecieron años, finalmente, la muchacha se echó a los brazos de Musafir; y empezó a llorar desconsoladamente.

 

-Zergaitik?, esan ezazu!! ("¿Por qué? ¡¡Dímelo!!")

Pero Musafir no entendía...

 

Era demasiado pronto entonces para entender...

***

 

Años más tarde, Musafir regresó a aquel pueblo extraño. Ya entendía aquella enigmática lengua que tanto lo confundió en su primera visita.

Aquella menuda chica rubita y pecosa, era ya una mujer casada con dos hijos.

Su padre, el tabernero, había fallecido hacía algún tiempo. Ahora eran su marido y ella los que llevaban el negocio. Y sus dos hijos varones ayudaban con la faena.

 

-Dime Musafir, ¿no llegaste nunca a saber nada más de Urzo txuria? -le preguntó la mujer.

 

Pequeña... -le dijo- ¿Recuerdas la cancioncilla que me cantaste cuando llegué a este bar por primera vez?

 

-Cómo no me voy a acordar; tu cara de confusión era un poema... y nuestra sorpresa, mayúscula. Imagínate: un papel manuscrito de Urzo. No nos lo podíamos creer.

 

-Por qué no me la cantas de nuevo? -dijo Musafir.

 

Y la mujer rubia, aunque algo canosa ya, y con algunos años más encima, pero la misma dulce voz que de joven, volvió a entonar aquellos versos que por fin Musafir sí entendía:

 

<< Paloma Blanca, dime

¿A dónde vas?

Todos los montes de España

Están llenos de nieve

Si quieres albergue para esta noche

Lo tienes en mi casa.>>

 

¿Lo ves ahora?, le dijo.

-Eztut ulertzen...; "No entiendo...", -le respondió ella.

 

-Urzo txuria, tu misteriosa "Paloma blanca", estaba confundida, como dice la letra de esta preciosa canción. Se equivocó de dirección.

 

-¿Acaso es eso cierto, Musafir? ¿Qué sabes tú de Urzo?

 

-Sigues siendo aquella chiquilla dulce que vi, a pesar del tiempo que ha pasado ya. Aun puedo ver en tus ojos ese brillo que me fascinó cuando te conocí. Pero debes comprender...

 

-Musafir, ¿sabes cuántos años esperé? ¿Sabes cuántas noches en vela me pasé. Mi padre no me decía nada. Y un día llegaste tú, un viajero extraño; que no entendía nuestra lengua, y que misteriosamente tenía noticias de Urzo... ¿Por qué nos abandonó, Musafir; acaso tú puedes contestarme?

 

-¡Ay, mujer! Muchas cosas no podrán ser reveladas nunca, estimada amiga. Pero te diré lo que la vida me mostró de Urzo y su errático caminar.

Es imposible detener el ánimo de una persona como él. Aunque tuviera ese par de alas blancas que me dijiste, y fueran tan reales que le permitieran ver el mundo desde lo alto de una montaña; Simplemente, se equivocó. Se extravió. Como una paloma blanca que no encuentra su casa. Urzo se fue para no volver. Fue mejor así; créeme.

 

-Pero, no entiendo la razón. Aquí lo tenía todo. Me tenía a mí. Nos tenía a todos. Nos falló. Me decepciona esto que me cuentas... pensé que... había muerto.

 

Lo sé. -Yo también lo perdí. Dos veces; pero ya te lo explicaré con calma.

Sólo te puedo decir que es por todo esto por lo que he vuelto a verte. Para que no sufrieras más. Para que enterraras aquellos recuerdos amargos.

Te diré que busqué a Urzo por medio mundo. Allí donde me detenía, iba mostrando el papel con aquellas palabras que seguían siendo misteriosas para mí. Así durante años  años. Hasta que me encontré con un viajero de tu país. Él me contó; él me enseño tu lengua; conocía a Urzo...

Estuvimos varios años caminando juntos. Me contó muchas cosas de tu tierra. Y llegamos a ser buenos compañeros de viaje. Luego, sin apenas una despedida, nos separamos.  

Pasó el tiempo. Yo ya me había olvidado de esta historia. No volví a encontrar a más viajeros de tu país. Pero conservaba el papel. Hasta hace unos meses todo transcurrió con normalidad. Pero de nuevo, el camino hizo que me tropezara por casualidad con unos comerciantes de tu tierra. Los oí hablar y me dirigí a ellos en tu lengua. Y les pregunté por Urzo. Me dijeron que habían tratado con él por las tierras del norte. Que allí nadie entendía su lengua; y que él no aprendió la del lugar. Que por eso tuvo que deambular de una aldea a otra, mendigando para poder comer.

Me contaron que la gente ya no lo reconocía. Y que al final, se olvidó él mismo de quién era; de dónde venía.  Me dijeron que después de una pelea y una borrachera, le arrancaron las alas, en mitad de una noche de juerga general. Todo el mundo lo vio. En aquella ciudad del norte, junto al río. Me dieron su descripción física, y fue entonces cuando lo comprendí todo.

 

-¿Cómo?, le cortó la mujer. ¿Es que ya sabías de él? ¿Cuándo?

 

Musafir se lleva la mano a la barbilla, y le dice:

-Aquel hombre que me encontré años antes... aquel paisano tuyo que me enseñó tu lengua; que me dijo que conocía a Urzo...

Qué tonto fui de no darme cuenta...

Incluso le enseñé el papel, con la frase, cuyo significado él mismo me desveló: "Urzo txuria naiz"- me dijo; "soy Urzo txuria". Lo tenía allí delante, ¿entiendes? Me tradujo la frase, ¡y resulta que lo tenía delante de mis narices! Pero no lo reconocí. Y eso que estuve caminando junto a él casi un año y medio... Era él; me habló de tu pueblo, de vuestra comunidad... y no supe reconocerlo.

Por eso he vuelto...

 

La mujer apenas resiste las lágrimas, y vuelve a abrazarse a Musafir, como cuando era una chiquilla.

 

-"Baina nik Urzo txuria maite dut, Musafir". ("Pero yo quiero a Urzo txuria, Musafir" ...)

Entre dientes, apenas se le escapa a Musafir otra expresión en esta lengua: "nik ere bai", tan bajito que no lo oyó la mujer. Y acto seguido, le contestó ya con voz en alto:

 

-Ez al dun ulertzen?, eziñezkoa da... Urzo txuria joan zen...

(-¿No lo entiendes?, es imposible... La paloma blanca se fue...)

 

  

 

 

7 de febrero de 2008

Lluvia de fotos de lluvia...

lluviablog

 

La verdad es que todavía estoy sorprendido. Y no me explico qué es lo que ha ocurrido realmente. Musafir sueña, y yo me pierdo a veces entre sus extraños sueños...

***

Musafir andaba divagando, distraído en mitad casi de la noche. Una calle cualquiera de pueblo pequeño; silencio; ni un alma. Los gatos hacía ya un buen rato que se habían escondido en las azoteas, junto a las chimeneas, que dan algo de calor. Ni los perros asoman ya el morrillo, con la que estaba cayendo ahí afuera.

Los pasos graves de Musafir le habían conducido a una especie de plazoleta. Desierta. Mudas hasta las piedras. La fuente, ni echaba agua. Abandonando ya la plaza, y antes de doblar una esquina, de repente Musafir detiene su caminar pesado. Más adelante, tras la esquina, apenas un rumor; voces; como un par de suspiros que se oían débiles bajo la plomiza canción gris que pinta la lluvia.

Musafir no quiere interrumpir, y piensa en dar un rodeo. Pero le puede más la curiosidad de caminante nocturno. Sabedor, acaso, de que su presencia no es percibida en absoluto. Así es que se queda observando, desde su improvisado parapeto de piedra.

Apenas un pequeño vistazo, agachado como estaba Musafir para adivinar entre la cortina de agua a dos figuras sentadas en el bordillo no mojado, sino inundado por el chaparrón. Dos siluetas, una mayor y otra más menuda, surgidas de la noche, que se confunden con la atmósfera, que de tan húmeda y gruesa, devora sin piedad los ecos de una misteriosa conversación:

 

-Me pregunto cómo supiste que te necesitaba...

 

- ¿Crees que porque soy un niño, no me doy cuenta de las cosas?

 

-No, no es eso... pero es que, es cierto que te buscaba. Pero no imaginé que te vería; que volvería a verte; así, tan pronto.

 

-No sabes cuánto hace, ¿verdad? -Te imaginas que fue hace unos días, porque llevo la misma ropa de entonces y mi rostro sigue siendo el de un niño de diez años. ¿Recuerdas? Tú me mirabas desde la ventana, entre los visillos; no saliste a la calle. Pero noté tu presencia...

 

-Entonces, ¿cuánto tiempo hace, díme?

 

-Más de siete años...

 

-¡No puede ser! Estoy desconcertado... parece que sigas teniendo la misma edad. Apenas me parece que hayan pasado unas semanas. No lo comprendo. Sin embargo sí es cierto que la lluvia... sabes, de eso sí que me parece que haga muchos años ¡hace tanto que no llueve...! Creí que nunca más volvería a llover.

 

-Por eso me has llamado, ¿no?

 

-Supongo que sí. Y supongo también que por eso ha llovido hoy todo el día, ¿no es verdad?

 

-Hay muchas cosas que son un misterio; y que siempre lo serán. Dejémoslo así.

 

 

Los ojos vivos de Musafir se congelan. Vidriosa la mirada, de tanta agua sobre su rostro. Y mojado hasta el ombligo y el estómago de inquietud, más que de lluvia. Pero la curiosidad le agarrota los pies. Se ha sentado también en el bordillo, agazapado en su oscura esquina y, cauteloso, sigue escuchando:

 

 

-Sabía que en el tejado de tu casa, en los tejados y terrazas de todo tu pueblo, tenías años de ceniza acumulada. Cuando me marché, hace siete años, creí que no volvería más. Que no sería necesario. Pero no ha sido así. He vuelto para limpiar la negra ceniza; como ya hice entonces... soy tu amigo, ¿no?

 

-Sí, claro. Estoy contento de que hayas vuelto de nuevo. Pero es que no consigo entender...

 

-No hay nada que entender. Es muy sencillo. Pero ahora no estás preparado. Lo sabrás a su debido tiempo, no te preocupes.

 

 

Musafir está también descolocado. Cree que reconoce al adulto que charla con el chaval. Allí, en medio de la calle. Sentados en el bordillo; calándose bajo la lluvia que está arreciando, bajo esta cómplice noche sin astros; ni luna. Alguien le habló de un niño, vestido de uniforme escolar; hace años. Que la gente del pueblo le vio pasearse en solitario por las calles. Que dejó de llover... Pero Musafir no anota estas cosas que le cuentan los caminantes que se encuentra por su ruta; y no consigue recordar con claridad... Mientras, la charla continúa:

 

-Mira mis manos: ¿que ves?

 

-No sé. Yo solo veo tus palmas de niño, pequeñas, abiertas, mojándose bajo un chaparrón de cuidado.

 

-Sigue mirando. No mires con ojos de adulto; imagina...

 

-Tus manos... la lluvia... mis ojos me engañan... veo, veo figuras; imágenes sueltas; parecen fotos; antiguas.

 

 

Desde la esquina, Musafir no puede creer lo que ve. Se frota los asustados ojos, que captan el brillo de la escena, ahora con más claridad que nunca:

De las palmas de las manos del niño, emana un brillo azul intenso. Imágenes creadas a partir de las gotas de lluvia que caen y que han dejado inmóvil y con la boca abierta al pobre hombre. Casi con voz de incredulidad y sorpresa va narrando como un autómata las fotos casi virtuales que el niño está creando con sus manos. Musafir también lo ve nítidamente:

 

Un prado verde, y una roca enorme en medio; apenas un fantasma sobrevolando un monte;

 

Alguien que canta en una isla, rodeado de un luminoso pero estéril mar blanco de sal; desnudo; pintura roja sobre su cuerpo.

 

Río de aguas del color de jade; Y una mujer vestida con un burka azul hasta el suelo. Un puente. Alguien mira desde la otra orilla.

 

Un cielo cuajado de estrellas; Un bosque sombrío; y un pequeño duende escondido tras de un árbol.

 

Un barco a la deriva sin velas, desarbolado, en medio de una galerna;

 

Un gran incendio; un bosque quemado. El cielo verde, envenenado.

 

Máscaras de fuego; sangre roja sobre una espalda.

 

Brasas; el monte en brasas; la casa calcinada. Ceniza negra, humeante...

 

 

Aquel hombre misterioso que estaba sentado junto al chiquillo, se ha echado a llorar. Y entre sollozos, apenas se le escucha:

 

-Es tan real, pequeño amigo. Esas imágenes. Son fotos; mis fotos. No sé si están aquí realmente. Pero me huelen a papel satinado y tinta de imprenta. Creo tocar un álbum de fotos; Tapas de un grueso libro con tacto de cartón antiguo; rugoso. Me llueven mis viejas fotos, a través de tus manos. Y la ceniza... Necesitaba que vinieras...

 

-No temas; por eso he vuelto. Te he traído la lluvia que me pedías casi inconscientemente en tus sueños. Pero me ha costado encontrar el camino de vuelta. ¿Que hiciste con las estrellas que fijaban el rumbo? En fin, no importa. Mira hacia arriba, a los tejados: Ya no queda ceniza sobre ellos. Te puedes ir tranquilo a tu casa. Y ya puedes decirle a ese chico que nos observa desde la esquina, que no tenga miedo. No debe temerme. Estaréis mejor a partir de ahora.

 

 

Musafir se tapa la boca con la mano, para no dar un grito del susto. Era él el que observaba. Y sin embargo, ha sido él el mirón descubierto. ¡Este niño...! misterioso niño.

***

 

Esta mañana temprano, Musafir me ha detallado lo que le había ocurrido, preso de la emoción y el asombro. Me ha dicho que no conocía al niño; pero que le resultaba familiar aquel hombre; aunque no le pudo ver la cara. Sólo se fijó en que llevaba una cajita de madera colgada del cuello, y que se fijó en ella cuando empezó a salir aquella luz azulada de las manos del niño, porque tenía algo de metal grabado, o clavado, y que de vez en cuando reflejaba el brillo. Dice que no se explica como es que nadie pudiera ver ni oír nada.

 

Aquella lluvia de fotos antiguas, hechas de la misma lluvia; Imágenes brillantes de unas vivencias pasadas en manos de un niño inocente. Que parece que revisarlas, le duele a su dueño. De emoción y de melancolía quizás. Quizás fuera otro de los sueños de Musafir. Quizás no estuvo siquiera en esa calle de pueblo. Y el niño no fuera más que una ilusión de su mente. Quién sería aquel hombre...

 

Ayer no llovió. Pero el suelo estaba más limpio que de costumbre; los tejados relucían como si alguien los hubiera limpiado a conciencia. Parece mentira que lleve meses sin llover. Los gatos se acercan a lamer el sol. Bajan de sus azoteas. Ellos son los únicos que podrían saber lo que pasó...

 

Es una delicia asomarse por fin a la ventana; hace un día casi de primavera, y aún es febrero. Qué limpio está el aire. Necesitaba respirar después de oír la fantástica historia de Musafir. El gran viajero, que no descansa ni de día ni de noche. Me sobra hasta la chaqueta, en este día de dulce sol matinal.

De repente, algo se cae del bolsillo de la chaqueta.

Es una pequeña cajita, parece de madera de raíz, con una estrella de plata grabada encima. ¡Pero, esto no puede ser!

En su interior, algunos restos de ceniza y una nota.

 

Mediodía. Lo que parecía una tranquila mañana de febrero, se ha convertido en un verdadero descubrimiento. Por eso luce de nuevo este sol. Por eso, abajo, en las calles del pueblo, la gente sonríe de nuevo. Como no lo hacían igual desde hacía... siete años. ¿Acaso habrá llovido de verdad esta noche? Ya no sé que pensar...

 

Y tampoco sé cómo ha llegado esta cajita a mis manos. Sólo he acertado a vaciar la escasa ceniza que quedaba dentro, después de leer la sorprendente nota. Pero no he tenido el valor para contarselo todo a Musafir. Después de darle tan poca credibilidad a su historia. ¿Cómo le cuento yo lo que sé ahora? No puedo. Espero que algún día se lo pueda explicar con más calma. Si es que acierto a entender totalmente lo que ha ocurrido...

 

No siempre los sueños son lo que parecen: sueños... o quizás sean algo más que eso...