2 de marzo de 2006

Trece años con Valencia


Me viene a la cabeza la canción "Cómo hemos cambiado" de Presuntos Implicados, en este inicio de año en el que nos hemos enterado que la vocalista del grupo, Sole Giménez, abandona el mismo después de más de veinte años. Y yo hago mía también esta expresión de esa conocida canción del grupo, que se fundó en la ciudad de Valencia a principios de los años ochenta.
Porque en mi caso, después de veinte años viviendo en la Comunidad Valenciana, casi puedo decir que ha sido esta tierra volcada al mediterráneo la que ha modelado mi originario carácter mesetario de interior y lo ha transformado, inevitablemente, en un reflejo de esta luz clara y este mar vivo que, a fin de cuentas, se ha convertido en mi hogar.
Casi trece años llevo yo de relación más o menos "formal" con la ciudad de Valencia. Recuerdo aquel día de finales de septiembre del 93, cuando pasé mi primera noche en un piso de Valencia. Por aquellos años, la ciudad era bastante gris y triste, no sólo físicamente, sino también emocionalmente; una ciudad, desde mi perspectiva, que no terminaba de encontrarse; que no sabía que existía el mar, y que no disfrutaba de la luminosidad de su cielo. Era como aquellas señoras de pies cansados, recostadas y dormidas en un sueño eterno, a la espera de que llegara alguna vez el príncipe azul que la besara y la despertara.
El caso es, como en toda bonita historia de amor, que el príncipe llegó. Y Valencia empezó a despertar de su letargo de siglos, mirándose al espejo, y dicíendose a sí misma lo guapa que era.
Valencia empezó a sonreír al mismo tiempo que mi alma se ennegrecía. A finales de los noventa, con el temor ante el famoso "efecto 2000" metido en el cuerpo, "rompí" mi relación con Valencia. Tardes de lágrimas y lluvia se encargaron de hacer la ruptura más amarga. Mientras la capital del Turia se pintaba los ojos, yo me asfixiaba con su peso.
Y tuve que huir; como huyen los amantes cobardes: de noche, sin llevarme nada más que mi ropa; me arranqué a Valencia de mi piel, porque me abrasaba. Apenas unas líneas manuscritas en una hoja usada sirvieron de nota de despedida... a lápiz.
Y la abandoné; con el alma encogida, y con el resentimiento de que nos encontraríamos de nuevo y yo no soportaría su presencia...
Pero, como se suele decir, el tiempo todo lo cura. Y, aunque ella no lo sabía, el amor que nos teníamos nunca llegó a apagarse por completo. (A pesar de que ella se echaba a los brazos de otros amantes)
Así fue como volví. Ya nos habían dicho que el siglo XXI había entrado oficialmente, (salvadas las sesudas discusiones de los "expertos" en estas materias de si fue en el 2000 ó 2001)
Allí estaba yo, de nuevo. Y la señorona, muy educada ella, me reconoció. Era algunos años mayor, pero lo cierto es que le habían sentado muy bien. Y fue cogido de su mano, como fui redescubriendo una ciudad nueva para mí. Las grises fachadas y los oscuros barrios, se fueron apareciendo ante mí coloreados como nunca antes los había visto. Y llegué a dudar de esta nueva Valencia; y pensé incluso que estaba seduciéndome de nuevo, para volverme a someter a sus dictados...
No; esta vez no era así. Las intenciones eran benignas, y mi predisposición, cálida.
Y llegaron tardes de té y de sol, al abrigo de una conversación pausada y sincera.
Y conocí, por fin, las entrañas de esta fascinante ciudad, que palpita con la fuerza del optimismo.
Hoy, después de trece años, me digo a mí mismo: "Cómo hemos cambiado". Y hoy, después de casi nueve años de rencor y cuatro de reencuentro, no puedo más que decir que nadie sabe cuanto amo a esta puta ciudad. Una ciudad de doble rostro, como la luna que ilumina sus noches, porque ha sido en ella, (y con ella), donde he pasado los peores y los mejores días de mi vida:
-Por lo que tú y yo sabemos, hoy te hago este pequeño homenaje. Y que sea por muchos años más, ¡¡Guapa!!