17 de junio de 2006

Adiós a la Cueva del Ocio


Tres años exactos. ¿Cuánto tiempo iba Musafir a quedarse en este puerto...? "Tres años", habría sido la respuesta correcta.
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Recuerdo aquél primer día en que llegué. Media mañana de un mes de junio. Las Hogueras ya estaban "plantadas" por todo Alicante. Música no muy estridente a estas horas tempranas. Un cartel luminoso semifundido iba viéndose mientras asomaba yo por la rampa...
Allí estaba. Aquel pequeño recinto, sin puertas, ni ventanas, ni techo...
Sólo con dos paredes de cristal, y un par de mesas dispuestas estratégicamente que "invitaban" a entrar a los clientes.
Folletos; decenas, que digo, cientos... sino miles. De todos los colorines en unos soportes de metacrilato trasparente.
Parafernalia aérea sobre mi cabeza colgaba del techo virtual de la pintoresca oficina.
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Musafir estaba realmente extrañado de aquello. Y aquí, ¿dónde atracan los barcos?, parecía preguntarse, haciendo una mueca de duda.
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Entre cartón y papeles plastificados pasé mi primer día, esperando desentrañar los misterios de aquella especie de mostrador de ventas.
Fue por la tarde, cuando me percaté de dónde me había metido.
El penetrante olor a palomitas con azúcar requemado que venía de la tienda de chucherías de enfrente me dio las primeras pistas.
El resto lo averigüé sobre la marcha.

Siete de la tarde de finales de un mes de junio. La marabunta ya corre por los pasillos kilométricos. Es normal, el recinto está climatizado. Esta cueva del Ocio está pensada para que vuestro dinero se sienta más comodo corriendo entre vuestras inquietas manos que en vuestros esquilmados bolsillos.
No os preocupeis: todo está milimétricamente calculado.
La música está convenientemente elevada esta tarde.
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Musafir siente una divertida sensación de euforia. La calima de la tarde le está nublando la razón. Junto al puerto recién pisado, hay un mercado. Tiene ganas de ver lo que allí se ofrece. Quiere comprar algo; pero aún no sabé el qué...
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Tengo ya la boca seca. Son las diez menos cinco de la noche. Mis oídos estallan tras seis horas seguidas de la misma música machacona a todo trapo.
Me he quedado sin voz de tanto gritar por teléfono.
No he descansado ni siquiera dos minutos. (Si pudiera ir al baño...)
Pero parece que hoy se debe acabar el mundo.
La marabunta ha decidido hacer cola frente a mi mesa.
"Señores clientes: son las diez de la noche, (...) cierra sus puertas"
Y aquí no se mueve nadie.
¡Qué no cunda el pánico!
De la Cueva del Ocio, todo el mundo sale satisfecho.
Unos saldrán con las vacaciones de su vida para ver al pato Donald y Blancanieves, pendientes de un crédito; y otros, simplemente, se contentarán con un folleto a todo color cuya portada es una foto de una playa con cocoteros y una señora estupenda con un daikiri en la mano.
Todo es posible. (Eso se oye por la megafonía una y otra vez)
y debe de ser verdad... Nadie se quiere marchar. Son las diez y cuarto.
Empieza a caer el telón de esta función diaria. Sólo cerramos cuando la ley nos impide seguir abiertos.
Es un telón de plástico. Serigrafiado con una preciosa estampa de aparadores llenos de pimientos verdes y rojos, a tamaño natural. ¡Qué bonito! ¡Si hasta a mí me dan ganas de comérmelos con los ojos!
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Musafir asitió estoicamente durante tres años al mercado medieval que se montaba todas las mañanas temprano junto al muelle de carga.
Su barco, varado, yacía sin pena ni gloria en el puerto. Embobado por el brillo de las luces y el verbo fácil de los vendedores de baratijas, se dejó Musafir su tiempo libre, y su vida en este puerto de raros comerciantes. Las jarcias de su velero se estaban pudriendo lentamente. Y es que la humedad al final destruye todo.
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Con el tiempo, uno hasta se acostumbra. Y le parece normal todo esto. La Cueva está viva, y escupe su veneno embriagador por todos sus rincones. Te atrapa.
Así estuve yo tres años. Atrapado.
Por suerte, al final me desperté del sueño de este monstruo. Empecé a rascar las paredes de la cueva madre. Ya no era papel repintado, ni siquiera el brillo era el mismo.
Me sobrevino el desencanto. Y luego la rabia.
Había que salir.
Y la luz, la he visto al fin.
***
Otro nuevo mes de junio. Musafir prepara el velamen de su barco. Mañana clara y viento favorable.
El mercado ha perdido su encanto. Las mercancías son siempre las mismas. Ya no hay nada que ver. Antes de agotar todo sus recursos, Musafir prepara la partida.
Los avariciosos comerciantes miran con recelo la escena. "Otro que se nos va, ummm"
***
Junio. Finales. Quedan unos días para las Hogueras. Estoy como pez en el agua, dentro de mi "pecera" de cristal. (Hace no mucho que me enteré que es así como llaman a mi oficina: sin puertas, ni techo... sólo con tres paredes de cristal y el frente abierto).
Hace unos seis meses me trasladaron. Aquí ya no hay telón de plástico; simplemente no hay.
Bueno. Me voy por fin.
Unos días, y estaré dibujando de nuevo, que es lo que a mí realmente me gusta.
Se acabó el tener que oír diez veces al día el mismo disco de Camela.
Ya no suplicaré porque no se nos muera ninguna otra folclórica, para así evitarme el luto... y los tres meses escuchando los grandes éxitos de Rocío Jurado o su tocaya la Dúrcal...
Me perderé el final del Mundial de Fútbol de Alemania, que hasta ahora disfrutaba a 100 decibelios y en pantalla de plasma panorámica de 52 pulgadas.
No veré ya más carritos de súper conducidos, (sin carnet por puntos) por un puñado de frikis. (Freaks) para los puristas frikis; Ya sean alemanes. O franceses, o belgas... todos llenos de sacos de 30 kilos de comida para perros.
¿Será que tienen todos un criadero canino? No sé... a lo mejor las galletitas para perro están buenas, y sale a cuenta (¡glup!)
Al final, todos nos movemos por lo mismo; dinero. Ya no veré con tanta frecuencia billetes de 500 Euros sospechosamente procedentes de debajo de un ladrillo... ( Y luego dicen de Marbella)
Pero por lo menos, lo que vea, será más limpio. Porque para ganar casi lo mismo que las compañeras que limpian los baños de los que luego me pagan a mí sus viajes con billetes negros de 500, yo creo que tres años ya son suficientes.
***
Musafir se aleja de puerto.
Las luces de las casas viejas se van apagando en el horizonte nocturno, tragado por el inmenso mar.
Calmado, el barco de Musafir ya busca otras aguas. Nuevos desafíos.
Ya tiene el rumbo fijado de nuevo.
¡Adelante! Ya nada te detiene marinero.

1 de junio de 2006

La primera noche de Yanub y Shamal


En este fin de mayo, (que más parece febrero, por el frío repentino y la lluvia pertinaz), me acuerdo de aquellos días de invierno que se fueron. Frente al mar, en la noche cristalina de enero, vi el resplandor de Orión, el Cazador mitológico de los antiguos griegos, sobre mi cabeza.
Y lo más curioso es que no sentí en aquel momento temor alguno; vaya, "un arquero con un perro detrás de un toro" no es una visión muy tranquilizadora, la verdad...
El caso es que aquella noche de fin de un año y empiece de otro, eran otras las estrellas y las constelaciones las que me llamaban la atención.
Musafir, el viajero (más por deseo que por efecto) había estado absorto mirando al sur durante días y noches de verano e invierno. Y fue entonces cuando se dio cuenta así, de repente, que sus pasos se encaminarían hacia el norte. ¿El norte? Sí; Musafir navegaba algo desconcertado en su pequeño barco, buscando la brisa favorable que lo acariciase suavemente, y lo meciese empujado hacia latitudes meridionales. Pero fue la brillante luz de Shamal, (la estrella del norte) la que le marcó de nuevo el rumbo a seguir.
Y no era precisamente hacia el sur. No; en el horizonte despejado del sur, un nuevo astro, Yanub, se había aliado con su parejo Shamal del norte. Y ambos estaban susurrando a las velas del barco de Musafir. Suaves melodías de vientos nunca antes escuchadas... y un marinero, arrastrado por la corriente hacia el norte.
Luz azulada de Yanub, que vino a mezclarse con el blanco resplandor de Shamal.
Ambos, nacidos del sueño de una noche invernal, mitad un año, mitad otro.
Que se tocaron apenas con los dedos sobre la cabeza sorprendida de Musafir,
Y lloraron todo lo que nunca antes nadie les había consolado.
Suave sonrisa azul que brotó de aquel encuentro,
Y recorrió montañas y valles de hombres, y cielos y nubes de hadas.
En el calor de la primavera que a veces nos engaña con sus fríos repentinos,
Ya se palpa el dulzor de los frutos en la rama.
Musafir observa su rostro reflejado sobre el mar quieto,
Y sonríe de satisfacción; felicidad azul, de nuevo, la que llena su alma.
Como el azul de la mar, hoy sin olas,
Como el azul del cielo, hoy sin nubes.
Navega, pues Musafir; Yanub y Shamal ya se hablan.
Y de su diálogo pausado, está tomando tu barco la ruta.
El norte te espera impaciente.
Ya vendrá de nuevo la mar dorada.
Ahora te corresponde abrigarte,
La Aurora boreal te aguarda.