15 de diciembre de 2007

El aniversario

vlcfrio

Musafir, como cada 14 de diciembre, tiene mucho que celebrar. Este año, igual que hace ya seis, diciembre ha venido especialmente frío.Viernes, igual que aquel viernes de diciembre de 2001. Tres o cuatro grados de temperatura en el exterior, pero más frío casi por dentro en el cuerpo de Musafir.

Noto que a pesar de la humedad heladora, Musafir está contento. Seis velas en el pastel. Bueno, no hay pastel. Pero yo lo estoy viendo: base de bizcocho relleno de mousse de chocolate. Todo él de chocolate. Y los ojos de Musafir se derriten entre mis pensamientos.

Hace seis años no hubo tarta tampoco. Hubo mudanza ese día. Apresurado iba Musafir por las calles, encogido en su chaqueta gris. Recorriendo una ciudad familiarmente ajena, y suspirando por por el peso de cajas llenas de demasiadas cosas viejas. Cachivaches que iba a dejar tirados, por fin.

No hubo tarta; ni chocolate para los labios de Musafir. Hubo partida de dominó en solitario. Hubo carretera, ya de madrugada, apretado Musafir por la nieve y hielo; ya no tanto dentro de su alma, pero sí en las márgenes y los arcenes de aquel camino nuevo; renovado.

Hoy también hace frío; hoy también es viernes; es 14 de diciembre. Seis años celebra Musafir. Hoy, el chocolate no se congela por el frío. Estoy con Musafir; devorando, (no ya con los ojos), sino a bocados, un enorme pastel de chocolate. 

2 de diciembre de 2007

La carga de Hasín



Si no fuera porque se llamaba Hasín, Musafir habría pensado que se equivocaba al recordar de nuevo lo ocurrido días atrás...

Poco acostumbra nuestro viajero infatigable a deambular de noche. Pero fue hace unos días...

El frío que el cielo raso de noviembre nos ha regalado este año bastante tenía que decir bajo los pasos distraídos de Musafir.


Hasín no era desconocido; Su sonrisa leve ya había acompañado otras tardes de otoño a Musafir. Pero aquella noche, todo era distinto. La luz sórdida, cargada por el humo de horas de tabaco, no dejaba que las siluetas de los personajes nocturnos se recortaran con la nitidez de otras ocasiones de fiesta. Pero allí estaba Hasín. Con su enigmático ir y volver cargado de cafés y ron con cola; este es el ajetreo propio de un sábado noche. Música a todo trapo, y decenas de manos cómplices deslizándose por la pringosa barra del bar. Hasín está en su salsa. Casi es un maestro de ceremonias en este sarao, detrás de la barra. Abrazos variopintos que se impregnan de colonia, y besos en las sonrosadas mejillas que se untan con el húmedo aroma de crema de ducha; frescor en los gestos, y en las pieles que se rozan en un frenesí desinteresado.
El pantalón medio caído, enseñando el ribete de la ropa interior. Camisa remangada, a cuadros.
Agilidad en los pies, y rapidez mental en los cálculos. Billetes y monedas se queman en alcohol y otras bebidas... Hasín disfruta, aparentemente, de este circo.


Y mientras esto sucede, Musafir, desde la mesa de la esquina, observa.
A estas alturas de la velada, Hasín ya se ha dado cuenta de su presencia. Y llega el café pedido hace apenas medio minuto.
La mesa quiere apartarse, pues parece intuir el sobrevenido nerviosismo de las manos de Hasín.
Pequeño desastre el que se avecina: el café se derrama entero. La taza se agarra con los pies que no tiene al borde de la asustada mesa, que se estremece en un baile circular, rítmico, pero improvisado y un poco anárquico.
Allí, frente a Musafir, la sonrisa de Hasín. Tan falsa sensación de tranquilidad transmite, que a Musafir le recuerda a esas azafatas de avión, tan profesionales, que con una sonrisa evitan descubrirte que el avión tiene problemas serios...
Ni el trapo mojado en agua y restos de licor que Hasín pasó después sobre la sufrida mesa pudo apaciguar su más que palpable ansiedad.
El aire rancio, remetido en humo y olor a café se ha congelado. La música se contrae como un papel arrugado. Las voces de la gente se solapan y se enroscan en sinfonía marrón, discordante.
Las paredes repintadas del local devoran todo sonido audible.


Hasín sabe...
Musafir sabe...


Como único ruido, el quiebro de la madera. No resuena en el pub: No; sólo cruje en los oídos de Musafir y Hasín.

Musafir ya sabía...
Hasín no sabía...


Unas semanas antes de que ocurriera todo esto, a Musafir se le había ocurrido preguntar al Maestro de obra:
- Díme Maestro, ¿qué hago si se parte de forma inesperada la madera?
Con sabio razonamiento y voz pausada, este le explicó lo fácil que es partir una viga de madera apoyada.
- Nunca dejes caer todo el peso en el centro. Si no respetas esta ley, la madera cederá. Y de nada valdrá que tengas el resto de los tablones bien colocados...

Y ahora, en aquel local de copas Musafir estaba literalmente escuchando con estupor cómo la madera cedía.
-¡Hasín!, -apenas acertó a pronunciar.
Y Hasín, con esa repentina endeble apariencia de fortaleza quebrada, no hacía más que mirar ausente a los ojos de Musafir.
Se aparta veloz, y se refugia de nuevo tras su barra de bar.
Musafir no puede; no sabe cómo actuar. Entre dientes, apenas masculla algunas palabras:
-No intentes llevar Hasín toda la carga. Si el Maestro de obra te viera en esta situación... ya sabes lo que te haría. Ya sabes lo que ello supone. No quiere vigas que aguanten todo el peso. Reparte la sobrecarga, Hasín.

Pero Hasín no oye; no escucha siquiera.
Ni aquella noche; ni a la mañana siguiente.
La madera ha cedido.


Volvió a ver Musafir al pobre Hasín pasados unos días. Ni las miradas se cruzaron.
¿Por qué el temor aflora ahora en Hasín?
¿Acaso ha hecho algo mal?
¿Habrá llegado a oídos del Maestro de obra el colapso de la madera?
¿Tanto se oyó? -duda.
Musafir no ve indicios...
Y sin embargo...

Seis de la tarde. Jornada de obra. Silencio y movimientos esquivos. Hasín no saluda. Su rostro cabizbajo desconcierta a Musafir.

Han pasado dos semanas. Y los labios repetidamente cerrados de Hasín incomodan al perplejo Musafir. Dos semanas de obra sin comentarios, metidos entre cerchas de madera y clavos. Olor a serrín y virutas. El barniz impermeabiliza la madera, y la defiende de los ataques de la humedad y los insectos. Pero nada parece proteger a Musafir de la frialdad que reviste la actitud de Hasín para con él...

Musafir sabe...
Hasín sufre...
Musafir entiende...


¡Qué rabia! Al igual que ya averiguó en su momento la gran debilidad de la ficticia fuerza de Hasín, ahora Musafir, ya sabe... ya entiende... lo que ocurre en la mente atormentada de esta suerte de aprendiz de obra que es Hasín.
Hasín... conocido por su aparente fuerza exterior.
Un día crujió, como las cerchas de madera mal apoyadas...
Como le reveló un día el Maestro de obra a Musafir...

Ahora, yo también sé...
Como Musafir...
Como Hasín...

Pero no; no fue Musafir quien me confesó el secreto que partió a Hasín.
Lo averigüé.
Yo también trabajo para el Maestro de obra...
Pero nunca se lo diré.
Desde luego, la casa no se va a caer.
Pero es una pena, que alguien tenga que llevar esa carga en exceso.

En una ocasión me dijo el Maestro que una viga se calcula con un margen para que no haya problemas. Que la puedes cargar de más hasta un límite fiable, y que esta no se caerá. Resistirá sin mostrar fatiga alguna.
Yo pensé: si los pensamientos negativos de las personas funcionaran igual que las estructuras...
Que pudierámos cargar nuestras penas de más, hasta el límite controlado para evitar el quiebro...
Pero no tenemos el alma de madera, aunque a veces nos cruja igual.

Hasín sigue crujiendo, como una viga de madera sobrecargada...
Y Musafir no puede ayudarlo...
Ni yo tampoco...



3 de julio de 2007

Los brazos de la madre

Musafir se ha vuelto a reencontrar con la tierra interior que lo vio nacer. Diez años después, a esta suerte de aprendiz de marinero, un golpe de timón totalmente inesperado lo llevó hasta el mismo centro geográfico de la tierra. No había viento; ni estrellas en la noche; ni brújula. Pero lo cierto es que el pequeño barco arribó a puerto seco. Lágrimas de emoción y melancolía, las que vistieron el rostro sereno de Musafir al pisar de nuevo suelo materno.
Sintió que otra vez, como una madre, la tierra lo acogía entre sus brazos, sin rencor... a pesar de la década de ausencia.

Y el diálogo fue breve, pero intenso al mismo tiempo. A la tierra madre de Musafir, le habían crecido los brazos. Éstos, se elevaban hacia el cielo desafiando la gravedad, pero se mostraban orgullosos. La madre, ya tiene siglos de historia a sus espaldas. Y piensa Musafir que nunca dejará de reinventarse a sí misma. Aunque un día muera Musafir... Allí permanecerá la tierra. Tan hermosa como la vieron sus antepasados. Y tan cambiante como la vivirán sus descendientes.


Recuerda Musafir que hace diez veranos, la sombra de los mismos árboles, en el mismo parque, ya lo cobijaron. Y también recuerda, no sin cierta amargura, que en aquel último verano junto a la madre, Musafir lloró de duelo: se había quedado un poco más solo. Vestido de negro, Musafir tuvo que recorrer calles y parques... en pleno ecuador del mes de julio. Traumáticamente, abandonó Musafir a la madre. Con la cabeza baja. Y sin volver la mirada atrás. Así se fue Musafir de la tierra adentro que lo vio nacer... Con el dolor metido en el corazón, y la negrura acechando a su pobre alma.


Pensó Musafir durante dos lustros que jamás volvería a ver a la madre. Demasiado dolor. Y sin embargo, el regreso se produjo. Cerca ya del reencuentro, vio por fin Musafir la silueta recortada de su tierra. Con los cuatro brazos nuevos levantados hacia el mismo cielo; esperándole; anticipando el ansiado abrazo. Y este llegó. Y se produjo en aquel mismo parque, bajo los mismos árboles, y en la mismas fechas...

Y Musafir también lloró. Pero no de dolor;
Lloró de emoción. De contenida emoción. Apenas un día. Un sólo día para resumir diez años. Y valió la pena. Musafir ya no iba de negro. Los colores del arcoiris se encargaron de borrar de su alma la negrura de antaño. Ya no había razón para el duelo. Y sí para la celebración. Musafir caminó por las arterias de su tierra; su madre. Con la cabeza bien alta. Como nunca antes se lo hubiera imaginado. Atravesó con su barco los parques, las calles, y las plazas de su infancia.
Incluso el barrio innombrable. Ese también.

Y, tras una noche de gentío, y una mañana de descubrimiento, llegó la hora. Silenciado por fin el revuelo, y aplacada ya la melancolía, Musafir se dispuso a partir de nuevo. Reparado el daño y reconciliado el ánimo con la tierra.

Siempre en movimiento. A Musafir le puede el mar. Aunque esto le duela a la madre de interior. La mar del sur ya reclama a nuestro viajero, que desea mojarse de nuevo. Y su pequeño velero ya le insiste.

Quedó pues, la madre lejos, allá tierra adentro. Pero mientras Musafir se alejaba, la tierra, la madre, se despidió de él: con sus cuatro recientes brazos erguidos. Y Musafir no rehusó mirar atrás en esta ocasión.
Y las lágrimas corrieron sinceras ,como ya lo hicieran tiempo atrás, por las mejillas de Musafir; vestidas ahora de color. Y en su boca, la sonrisa se vio fugazmente.

-Adiós, madre. Hasta pronto.-
Esas fueron las últimas palabras de Musafir, el hijo.





16 de marzo de 2007

El Cielo Alemán





El valle del Rin, en Alemania, siempre ha sido un lugar extraño y peculiar. En un país donde se reparte la población casi al 50% entre católicos y protestantes, resulta sorprendente pensar que aquí, el Carnaval tiene tanta fama. Ciudades tan aburguesadas y políticamente correctas como Colonia, Bonn, Coblenza, Maguncia y Fráncfort, (mixtas en sus preferencias religiosas), caen, sin embargo, rendidas a los encantos de Don Carnal. Celebración, en principio católica, que por la tradición se ha convertido en la auténtica fiesta grande de toda Renania y el Palatinado.


Día 11, del mes 11, a las 11:11 de la mañana. Ese es el pistoletazo de salida al Carnaval alemán. ¿Quién se puede imaginar que desde noviembre hasta mediados de febrero, la actividad festiva de estas ciudades está gestando, bajo una aparente calma, uno de los desfases más multitudinarios de la vieja Europa?



Musafir visitó la ciudad de Mainz, (Maguncia), la misma tan culta, burguesa y educada, donde Gutenberg publicó por primera vez un libro mediante el invento de la imprenta moderna. Nada durante las Navidades hacía presagiar el rumor de auténtica bacanal romana que se comía a los apacibles habitantes de Mainz por dentro...


Cuatro enormes estandartes con los colores rojo, azul, blanco y amarillo, colocados cada uno en los accesos desde cada orilla al puente sobre el Rín, desde noviembre, ya deberían haber sido suficiente aviso para este navegante.

Pero no fue así...

Inocente Musafir, que no se podía creer que la preciosa estatua que hay en la Schillerplatz y que representa precisamente una alegoría del Carnaval, le estaba mirando con ojos burlones, entre fina filigrana de metal convertida en enanos tocando todo tipo de intrumentos musicales de fantasía, peces, pegasos, unicornios, lunas y estrellas, figuras femeninas enseñando sus pechos, tamborileros... e incluso algunos gnomos con gorro. Gnomos, esos pequeños seres cabroncetes a los que les gusta explorar y hacer rabiar a los humanos de vez en cuando...

No. Al pobre Musafir, los ecos de Mainz y su tan famoso "Rosenmontag", le llegaron después.
El Rosenmontag, equivale al "Mardi Grass" de ciudades como Nueva Orleans. Allí, la fiesta grande es el martes, mientras que en Alemania, la "bacanal" se desencadena durante el llamado "Lunes de las Rosas".
Cientos de miles de personas acogió Mainz durante el carnaval de este año. Mainz no pasa de los 195000 habitantes normalmente, y muchos de ellos son jóvenes universitarios que estudian en la "Johannes Gutenberg Universität". Hay unos 35000 estudiantes matriculados. Y muchos de estos son Erasmus europeos y otros venidos desde todo el mundo. (Especialmente curiosa es la presencia de coreanos y japoneses...)


¿Qué se puede esperar de este coctel explosivo?

En una sociedad donde las normas son tan rígidas y la población aparentemente sumisa, la sola mención de "relajación en las normas" sirve de excusa ideal para provocar el caos: La fiesta de la Carne, en su verdadera magnitud, regada con alcohol y vestida de los colores chillones de las 15 comparsas o "Fastnachtvereine" que recorren un itinerario de 7 km por el centro de la ciudad.
Casi cinco días de locura, que culminan el martes de Carnaval. No hace falta pensar en lugares sensuales como Río, o Tenerife... para encontrar algunas de esas "lindezas" propias del Carnaval.


En la radio del coche iba Musafir escuchando el pasado 19 de febrero, Lunes de Carnaval, que tras el desfase, en Alemania esperaban las consecuencias sobre el mes de diciembre: ¡¡la cantidad de niños que nacen en diciembre!!! -iba narrando la comentarista.
Todo, fruto de la juerga invernal calentada por el vino y la cerveza típicos del valle del Rín...
En fin...

Ahora, ya acabado casi el invierno atípico de suaves temperaturas, Renania vuelve a ensimismarse. Como mucho, unas cervezas, y unos Brezel típicos alemanes. Y de nuevo a esperar a que llegue esa "quinta estación" o¨fünfte Jahreszeit" que volverá puntual el próximo día 11 del mes 11, a las 11:11h.


Tras la resaca propia de la fiesta que afectó a los paisanos de Mainz, visitantes, estudiantes, erasmus y demás personajes, Musafir también va recuperando el aliento, y las coordenadas. El Gran Sur le llama. Y es que, aún no entiende Musafir a estos bárbaros de la frontera del antiguo Imperio Romano. Lo que más le sorprende, es que algo semejante pudiera encontrarlo en esta orilla del viejo Rín.
En esa parte de Europa, que los mediterráneos creemos fría y desangelada todo el año. Con ese perenne color gris que se te tatúa hasta en los huesos.

Gris empedrado impoluto, el de sus calles:
(Musafir no pudo encontrar ni un solo chicle pegado a los adoquines en las paradas del tranvía)

Gris, el ánimo de sus apacibles gentes; que calman sus deseos de emociones fuertes, regalándote una sonrisa de cartón, mientras devoran pasteles tipo "donut" rellenos de mermelada de Johannisbeere, (algo así como grosella roja). Delicioso, por cierto.

Tan gris como la corriente del impresionante Rín, bastante maltratado, y turbio a su paso por la Renania.

Gris, como su lluvia y su húmeda niebla persistentes del invierno, que no levantan ni con el viento del norte.


Así se quedó Musafir. Gris... Como el cielo alemán.



21 de febrero de 2007

Expulsado del Paraíso



Hay días en los que Musafir sigue sin entender.

En aquella esquina de la barra del bar, pegados los dedos a la botella de cerveza, desesperados los labios por llevarse un cigarrillo a la boca, se agita, nervioso, Barí.
No conoce Musafir a este último caminante que se ha cruzado en su andadura vital.
Musafir, desde la mesa, junto a la ventana, observa:
Ropa descuidada pero de marca; figura delgada, tirando a flaco; afeitado reciente...
No da la sensación de ser este un caminante al uso.
Intrigado ya en exceso, Musafir se dirige al extraño:
- No llevas vestimenta de caminante.
A lo que este le responde:
- No soy caminante; no como tú. Si camino, es por obligación.
-Pero, ¿cómo es eso?
-Simplemente, huyo.

Musafir se queda frío. Viajeros varios han jalonado su ya más que apretada travesía, pero este... este es diferente a todos.
-¿Cómo te llamas, extraño caminante que huyes?
-Soy Barí; algunos no creen que deba llamarme así. En realidad, fue la huída quien me impuso este nombre. Ya no me acuerdo del anterior...
Un día me marché... es cierto. No hubo razones: es que no me dejaron razonar. Y por eso tuve que huir.

Y los ávidos oidos de Musafir se prepararon para escuchar.
Historia casi surrealista, en estos tiempos de recobrada libertad. Absurda, e incluso cruel.
No era Barí caminante, desde luego. Obligado fue el desdichado a abandonar su morada. Casa al borde del mar, en el sur, la que hasta hace tres semanas le cobijaba. Como en otras muchas ocasiones, y de esto Musafir también sabe, otra vez una ciudad pequeña de puerto asomado al inmenso océano es el escenario. Ya tiene Musafir grabado en su memoria el picor del salitre en la piel seca.
Barí tiene los ojos húmedos. No de sal; aunque estas lágrimas amargas también se parecen al salitre. Ni siquiera el baile de los nerviosos dedos puede mantener firme el cigarrillo. El aliento a cerveza no puede ni de lejos ahogar el grito silencioso que sale de sus entrañas.
Su familia, lo ha repudiado. Instinto casi animal de clan amenazado el que ha decidido: una mochila, ropa limpia, y una manta.

Y cárgate a las espaldas de condenado, tu mochila; y tu manta; y tu ropa.
Que ya llevas a cuestas, además, la ignorancia ancestral de tu familia.
Busca, Barí, territorios con más temple y menos fuego,
Que me quema escuchar el solo nombre de tu pueblo sureño.
Rabia llevo por dentro,
Por ver tu cuerpo abierto, desgarrado.
Has tenido que desnudarte del alma,
Y te han dado por ello latigazos hasta en la conciencia.
Me duelen tanto tus heridas,
Que con gusto te daría mi piel, si te sirviera de alivio.
Odio, el que te empujó a caminar hacia el norte.
Amor, (qué irónico), el que te hizo salir corriendo.
No eres culpable, Barí.
Valiente tu decisión.
Huyes por delatar a quien realmente amas,
Y te juzgaron los tuyos sin preguntarte nada.
Cobardes los que no saben ver en tus ojos,
La sinceridad mostrada.
Expulsado del Paraíso,
Por amar como tú amas.
Que la pena no te hunda,
Pues no caminas tú solo en esta senda.
Levanta la cabeza, amigo Barí,
Y ama libre, sin trampas.
Ahora cura tus heridas,
Ya habrá tiempo de volver la mirada a tu casa.
No temas por tu hijo,
La Luna lo mece ya en su cama.
Cuando todo se calme, le explicaremos,
Por qué su madre y su abuelo con calumnias sobre ti, lo envenenaban.
Respira este aire puro de la montaña,
Y saborea el azul de tu libertad recobrada.
Ya eres caminante por las circunstancias,
Así que nada detenga tu marcha.
Si algún día necesitas consuelo,
Mira al frente, con ganas.
Allí me verás, firme, junto a otros miles,
Levantar orgulloso la cabeza,
Apoyando todos tu justa causa.
Ojalá un día nunca más haya,
Otro expulsado del Paraíso,
Por amar como tu amas.

La noche se encargó entonces de cerrar aquel bar. Y la Luna, en efecto, a Musafir y Barí desde lo alto observaba. El camino es largo, ahí adelante. Cada uno por su ruta se decanta. Los pasos se alejan, relajados. Y la mortecina luz de las farolas se traga la silueta de ambos. Desdibujado ya el lejano perfil de Barí, a Musafir no le queda más que mirar al cielo. Allí busca a Shamal, su estrella del norte. Hoy, más que nunca, necesita el calor de su luz blanca.

7 de febrero de 2007

"LIMES GERMANICVS"




Musafir, el incombustible navegante sin rumbo, llegó hace unas semanas hasta la parte central de lo que hoy se llama Alemania.
Ríos que merecen llamarse así, recorren el país, y lamen las riberas congestionadas de estas tierras septentrionales de Europa. (Bueno, alguien diría más bien centrales.) Y es que hay reconocer que tras la caída del telón de acero, Alemania es más que nunca el corazón del viejo continente.
Hace dos mil años, arribaron hasta aquí las legiones romanas, y establecieron en esta su frontera norteña, acuartelamientos permanentes. Tal es el caso de la ciudad de Mainz. Ya nadie podría apreciar a simple vista que Mainz, es la "Moguntiacum" romana; o sea, nuestra Maguncia, ni en el nombre, que más bien parece teutón que latino, ni en el paisanaje, (que no tanto en el paisaje). Y eso, a pesar de que el río Rhin sigue marcando la frontera invisible del Imperio; ese limes germanicus que se impregnó durante siglos de las aguas turbias del Rhin, y que no dejó pasar más al norte a los romanos.
Según supo luego Musafir, resulta que la infranqueable barrera fluvial no lo fue tanto. Y es que hace escasos años se encontró hundido un pecio de la época imperial en el actual puerto fluvial de Mainz.
Asustado iba nuestro viajero marino en su precario barco, y estos romanos ya se atrevían a remontar la corriente de un río que tiene casi un kilómetro de anchura, (sic).
No sólo eso; rastreando entre la lingua germanorum, descubre Musafir un lugar casi mágico, impropio de una cultura calificada de "bárbara" por la civilización latina: en la orilla norte del Rhin, frente a Mainz, han querido las fuerzas telúricas que se perpeturara en el tiempo una brecha geológica. La tierra de los también conocidos como tedescos, late, está viva, en el sentido más real del término. Y Musafir no puede evitar acercarse a las fumarolas que emiten gases sulfurosos en medio de una preciosa plaza, en Wiesbaden.
¡Está ardiendo! Esa es la primera sorpresa. La segunda, es que aquí, también tuvieron termas los romanos!! No la llamaban igual, pero del agua caliente ya nos habla su nombre latino: Aquae Mattiacorum.
"Baden", en la lengua de los germanos, no es más que la evolución latina de nuestro familiar, y ahora muy de moda: "Balneario".
(Que no entiende Musafir por qué con esto de las modas de los baños termales, al clásico "balneario" latino, hemos preferido llamarle con un término que usan los descendientes de los Anglos, en su lengua británica, esto es: "Spa" )
Le soplo a Musafir, por lo bajo, que no tenga problema: que ni los anglos, ni los sajones, saben que su Spa ya era el "Salus per Aquam" (S.p.A). Una vez más, invención y puesto de moda ya por los romanos!!
Y como Musafir sólo concibe una manera de conocer el país, y esta es a bordo de su barco, le diremos para que no se vuelva a despistar, que se deje mecer corriente abajo, hacia el norte. Y cuando llegue a Koblenz, que le pregunte a un lugareño: Este le dirá en la lengua de Goethe que allí se unen el Rhin y la Mosela, en lo que todo el mundo conoce como la "Esquina Alemana, esto es: Deutsches Eck"
Y pensará Musafir, embriagado por los vinos que salen de estas riberas, que Koblenz debe ser muy "alemana". Y de nuevo le tendremos que decir que deje la botellita de vino dulzón y observe la confluencia de los dos ríos: Koblenz... "(ad) Confluentes". ¡Por Dios, otra vez, fundación romana!!
Y ya para acabar, seguiremos río abajo, hasta llegar a los pies de la impresionante catedral gótica de Köln. Aquí dejaremos a Musafir que descanse de tanto trasiego por el país. Sólo le diremos que se ponga sus mejores galas, que el templo parcialmente reconstruido de la ciudad merece una visita. Así es que: traje, corbata, y buena colonia encima. Que si los alemanes están orgullosos de la catedral, también en este caso, le debemos el nombre a la ciudad a los romanos: Colonia Agrippina. (Y a Napoleón que su nombre se extendiera por todo el mundo emanando los más exquisitos perfumes embotellados en "Agua de Colonia".
Aquí dejamos al pobre Musafir, visitando la catedral de Colonia, y yo me vuelvo para Maguncia primero, y después de varios días sin sol, otra vez al sur. Que ya entiendo esa afición por los teutones de ir a Mallorca a buscar rayos de sol, que en su tierra no se prodigan en absoluto.