13 de abril de 2009

Pintor de acuarelas

 

 

runaway

 

 

Se borra; como una acuarela mal secada; húmeda; diluida en una bruma espesa.

 

Al anciano, le han dicho que está en zona de guerra.

Que debe recoger sus bártulos, y huir inmediatamente.

Si es que no se oye ni bombardeos lejanos; ni disparos; nada...

El viejo piensa que debe haber perdido el oído, definitivamente.

Y sin embargo, la gente va calmosa;

La esposa del vaquero, con su vara, atizando con parsimonia a su ganado;

Los niños, corriendo alegres, arriba y abajo, junto a la fuente de la plaza.

 

Y ahora, ¿qué hago yo?, -parece interrogarse a sí mismo el hombre.

Tiene una pequeña mesita plegable, oxidada de cansancio, la pobre; llena de lienzos con acuarelas.

El cajón de madera, modesto pero orgulloso, sirve de asiento al abuelo.

 

Que está lloviendo, -le dice el soldado;

-Se te van a mojar tus pinturas.

Y el papel de acuarela, acostumbrado a absorber como sólo él sabe, toda la humedad, se va hinchando con cada nueva gota de lluvia.

Sí, porque además de la bruma horizontal, ha empezado a llover con mala uva.

Los hilillos de algodón que conforman el soporte de las acuarelas del anciano, se empapan;

La tinta al agua, va perdiendo fuerza; se diluye; muere, ahogada.

Acuarelas como la de aquella ventana, discreta, junto al puente…

La cálida estampa del gato de la vecina, debajo de los tiestos de geranios…

Esa impresionante marina, con su cielo atormentado y su mar bravío…

Todas esas imágenes, emborronadas.

 

Y de repente, el cielo se densifica. Adquiere casi textura de papel de acuarela también él.

Ruido sordo; una explosión naranja. Detrás de la vaquería, parece.

Humo; el viejo no oye nada. Un zumbido intuido, que no percibido, quizás.

No se oye nada. Ese extraño ruido mudo, como cuando te zambulles dentro del agua.

 

Ni caja de madera, ni mesa oxidada.

Por los aires, lluvia de hilos de algodón, teñidos de tierra marrón, oscura.

La casa de la vecina, inexistente.

El puente, apenas un puñado de rocas en el fondo del río.

Los niños... ¿dónde los niños?...

Polvo blanco, y un cerco de cenizas marrón.

El viejo, como en una sesión de espiritismo macabra, en el centro.

 

Ya no llueve; no se oye nada; no se ve nada;

El anciano se piensa ya muerto, y que está a las puertas del cielo; o del infierno, según se mire.

 

Pero su visión es cierta.

Rotos, los cuadros; apenas unos jirones. El retrato de un joven muchacho apenas imaginable, (que casi no reconocible).

En su mano lo toma, y tras unos momentos, comienza a caminar; sin rumbo.

Se aleja, al fin, del desastre.

Por el puente, imposible;

Por el camino, (le dijeron los militares), que se haya el frente.

Al bosque, -piensa. Refugio, cuanto más negro, mejor.

 

Huye, campo a través. Oscura tanto, la noche, que no ve ni su sombra.

Pero aunque sin fuerzas, apenas, se sabe superviviente.

 

Que le hablen al viejo de guerras... El siglo pasado, bien se pintó de sangre, en ese sentido.

No está nervioso, más bien cabreado.

No hay heridas; no tiene nada roto; ni gota de sangre roja manchando las ropas...

Antaño, diría: "¡milagro!"

Hoy, tan solo: "estoy vivo".

 

Ya encontrará otro lugar para habitar...

Con los pocos años que le puedan quedar de vida, al menos, les sacará su partido.

 

Él sólo necesita una mesa, aunque sea oxidada y rota; y apenas algún cajón que haga de posadera.

Que el papel de algodón, siempre queda, a pesar de toda guerra; y para pintar acuarela, tan solo agua y pintura seca.

 

Se pierde entre la bruma, el viejo. Los árboles, de nuevo sumidos de invierno lo acogen.

Allá va nuestro personaje.

A pintar lo que los años y los achaques le dejen.

 

 

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3 comentarios:

Deric dijo...

molt bonic!

zel dijo...

Una meravella, no puc deixar de repetir-ho, sempre em perdo dolçament als teus relats...una delícia...

Musafir dijo...

Gràcies Deric!

Zel, i el Musafir encantat de que et perdis entre les seues imaginacions de narrador accidental..