7 de febrero de 2008

Lluvia de fotos de lluvia...

lluviablog

 

La verdad es que todavía estoy sorprendido. Y no me explico qué es lo que ha ocurrido realmente. Musafir sueña, y yo me pierdo a veces entre sus extraños sueños...

***

Musafir andaba divagando, distraído en mitad casi de la noche. Una calle cualquiera de pueblo pequeño; silencio; ni un alma. Los gatos hacía ya un buen rato que se habían escondido en las azoteas, junto a las chimeneas, que dan algo de calor. Ni los perros asoman ya el morrillo, con la que estaba cayendo ahí afuera.

Los pasos graves de Musafir le habían conducido a una especie de plazoleta. Desierta. Mudas hasta las piedras. La fuente, ni echaba agua. Abandonando ya la plaza, y antes de doblar una esquina, de repente Musafir detiene su caminar pesado. Más adelante, tras la esquina, apenas un rumor; voces; como un par de suspiros que se oían débiles bajo la plomiza canción gris que pinta la lluvia.

Musafir no quiere interrumpir, y piensa en dar un rodeo. Pero le puede más la curiosidad de caminante nocturno. Sabedor, acaso, de que su presencia no es percibida en absoluto. Así es que se queda observando, desde su improvisado parapeto de piedra.

Apenas un pequeño vistazo, agachado como estaba Musafir para adivinar entre la cortina de agua a dos figuras sentadas en el bordillo no mojado, sino inundado por el chaparrón. Dos siluetas, una mayor y otra más menuda, surgidas de la noche, que se confunden con la atmósfera, que de tan húmeda y gruesa, devora sin piedad los ecos de una misteriosa conversación:

 

-Me pregunto cómo supiste que te necesitaba...

 

- ¿Crees que porque soy un niño, no me doy cuenta de las cosas?

 

-No, no es eso... pero es que, es cierto que te buscaba. Pero no imaginé que te vería; que volvería a verte; así, tan pronto.

 

-No sabes cuánto hace, ¿verdad? -Te imaginas que fue hace unos días, porque llevo la misma ropa de entonces y mi rostro sigue siendo el de un niño de diez años. ¿Recuerdas? Tú me mirabas desde la ventana, entre los visillos; no saliste a la calle. Pero noté tu presencia...

 

-Entonces, ¿cuánto tiempo hace, díme?

 

-Más de siete años...

 

-¡No puede ser! Estoy desconcertado... parece que sigas teniendo la misma edad. Apenas me parece que hayan pasado unas semanas. No lo comprendo. Sin embargo sí es cierto que la lluvia... sabes, de eso sí que me parece que haga muchos años ¡hace tanto que no llueve...! Creí que nunca más volvería a llover.

 

-Por eso me has llamado, ¿no?

 

-Supongo que sí. Y supongo también que por eso ha llovido hoy todo el día, ¿no es verdad?

 

-Hay muchas cosas que son un misterio; y que siempre lo serán. Dejémoslo así.

 

 

Los ojos vivos de Musafir se congelan. Vidriosa la mirada, de tanta agua sobre su rostro. Y mojado hasta el ombligo y el estómago de inquietud, más que de lluvia. Pero la curiosidad le agarrota los pies. Se ha sentado también en el bordillo, agazapado en su oscura esquina y, cauteloso, sigue escuchando:

 

 

-Sabía que en el tejado de tu casa, en los tejados y terrazas de todo tu pueblo, tenías años de ceniza acumulada. Cuando me marché, hace siete años, creí que no volvería más. Que no sería necesario. Pero no ha sido así. He vuelto para limpiar la negra ceniza; como ya hice entonces... soy tu amigo, ¿no?

 

-Sí, claro. Estoy contento de que hayas vuelto de nuevo. Pero es que no consigo entender...

 

-No hay nada que entender. Es muy sencillo. Pero ahora no estás preparado. Lo sabrás a su debido tiempo, no te preocupes.

 

 

Musafir está también descolocado. Cree que reconoce al adulto que charla con el chaval. Allí, en medio de la calle. Sentados en el bordillo; calándose bajo la lluvia que está arreciando, bajo esta cómplice noche sin astros; ni luna. Alguien le habló de un niño, vestido de uniforme escolar; hace años. Que la gente del pueblo le vio pasearse en solitario por las calles. Que dejó de llover... Pero Musafir no anota estas cosas que le cuentan los caminantes que se encuentra por su ruta; y no consigue recordar con claridad... Mientras, la charla continúa:

 

-Mira mis manos: ¿que ves?

 

-No sé. Yo solo veo tus palmas de niño, pequeñas, abiertas, mojándose bajo un chaparrón de cuidado.

 

-Sigue mirando. No mires con ojos de adulto; imagina...

 

-Tus manos... la lluvia... mis ojos me engañan... veo, veo figuras; imágenes sueltas; parecen fotos; antiguas.

 

 

Desde la esquina, Musafir no puede creer lo que ve. Se frota los asustados ojos, que captan el brillo de la escena, ahora con más claridad que nunca:

De las palmas de las manos del niño, emana un brillo azul intenso. Imágenes creadas a partir de las gotas de lluvia que caen y que han dejado inmóvil y con la boca abierta al pobre hombre. Casi con voz de incredulidad y sorpresa va narrando como un autómata las fotos casi virtuales que el niño está creando con sus manos. Musafir también lo ve nítidamente:

 

Un prado verde, y una roca enorme en medio; apenas un fantasma sobrevolando un monte;

 

Alguien que canta en una isla, rodeado de un luminoso pero estéril mar blanco de sal; desnudo; pintura roja sobre su cuerpo.

 

Río de aguas del color de jade; Y una mujer vestida con un burka azul hasta el suelo. Un puente. Alguien mira desde la otra orilla.

 

Un cielo cuajado de estrellas; Un bosque sombrío; y un pequeño duende escondido tras de un árbol.

 

Un barco a la deriva sin velas, desarbolado, en medio de una galerna;

 

Un gran incendio; un bosque quemado. El cielo verde, envenenado.

 

Máscaras de fuego; sangre roja sobre una espalda.

 

Brasas; el monte en brasas; la casa calcinada. Ceniza negra, humeante...

 

 

Aquel hombre misterioso que estaba sentado junto al chiquillo, se ha echado a llorar. Y entre sollozos, apenas se le escucha:

 

-Es tan real, pequeño amigo. Esas imágenes. Son fotos; mis fotos. No sé si están aquí realmente. Pero me huelen a papel satinado y tinta de imprenta. Creo tocar un álbum de fotos; Tapas de un grueso libro con tacto de cartón antiguo; rugoso. Me llueven mis viejas fotos, a través de tus manos. Y la ceniza... Necesitaba que vinieras...

 

-No temas; por eso he vuelto. Te he traído la lluvia que me pedías casi inconscientemente en tus sueños. Pero me ha costado encontrar el camino de vuelta. ¿Que hiciste con las estrellas que fijaban el rumbo? En fin, no importa. Mira hacia arriba, a los tejados: Ya no queda ceniza sobre ellos. Te puedes ir tranquilo a tu casa. Y ya puedes decirle a ese chico que nos observa desde la esquina, que no tenga miedo. No debe temerme. Estaréis mejor a partir de ahora.

 

 

Musafir se tapa la boca con la mano, para no dar un grito del susto. Era él el que observaba. Y sin embargo, ha sido él el mirón descubierto. ¡Este niño...! misterioso niño.

***

 

Esta mañana temprano, Musafir me ha detallado lo que le había ocurrido, preso de la emoción y el asombro. Me ha dicho que no conocía al niño; pero que le resultaba familiar aquel hombre; aunque no le pudo ver la cara. Sólo se fijó en que llevaba una cajita de madera colgada del cuello, y que se fijó en ella cuando empezó a salir aquella luz azulada de las manos del niño, porque tenía algo de metal grabado, o clavado, y que de vez en cuando reflejaba el brillo. Dice que no se explica como es que nadie pudiera ver ni oír nada.

 

Aquella lluvia de fotos antiguas, hechas de la misma lluvia; Imágenes brillantes de unas vivencias pasadas en manos de un niño inocente. Que parece que revisarlas, le duele a su dueño. De emoción y de melancolía quizás. Quizás fuera otro de los sueños de Musafir. Quizás no estuvo siquiera en esa calle de pueblo. Y el niño no fuera más que una ilusión de su mente. Quién sería aquel hombre...

 

Ayer no llovió. Pero el suelo estaba más limpio que de costumbre; los tejados relucían como si alguien los hubiera limpiado a conciencia. Parece mentira que lleve meses sin llover. Los gatos se acercan a lamer el sol. Bajan de sus azoteas. Ellos son los únicos que podrían saber lo que pasó...

 

Es una delicia asomarse por fin a la ventana; hace un día casi de primavera, y aún es febrero. Qué limpio está el aire. Necesitaba respirar después de oír la fantástica historia de Musafir. El gran viajero, que no descansa ni de día ni de noche. Me sobra hasta la chaqueta, en este día de dulce sol matinal.

De repente, algo se cae del bolsillo de la chaqueta.

Es una pequeña cajita, parece de madera de raíz, con una estrella de plata grabada encima. ¡Pero, esto no puede ser!

En su interior, algunos restos de ceniza y una nota.

 

Mediodía. Lo que parecía una tranquila mañana de febrero, se ha convertido en un verdadero descubrimiento. Por eso luce de nuevo este sol. Por eso, abajo, en las calles del pueblo, la gente sonríe de nuevo. Como no lo hacían igual desde hacía... siete años. ¿Acaso habrá llovido de verdad esta noche? Ya no sé que pensar...

 

Y tampoco sé cómo ha llegado esta cajita a mis manos. Sólo he acertado a vaciar la escasa ceniza que quedaba dentro, después de leer la sorprendente nota. Pero no he tenido el valor para contarselo todo a Musafir. Después de darle tan poca credibilidad a su historia. ¿Cómo le cuento yo lo que sé ahora? No puedo. Espero que algún día se lo pueda explicar con más calma. Si es que acierto a entender totalmente lo que ha ocurrido...

 

No siempre los sueños son lo que parecen: sueños... o quizás sean algo más que eso... 

6 comentarios:

nimue dijo...

quantes coses veu Musafir... quin gran observador... ;)

Xiquet, moltes gràcies per tot. He decidit tornar :)

zel dijo...

Musafir, el Musafir és el Musafir que mira, el que veu, el que somia, el qui parla, ah....
Musafir va fent camí...jo em perdo en els somnis, però la màgia la tens tu, gràcies per seguir els relats, petons!

Musafir dijo...

Gràcies per haver tornat, Nimue estimada!! Hui he vist el teu "retorn" a casa teua.
Ànim, preciosa!!

Que mai deixem de somniar, Zel!
El Musafir ho sap ben be, i per aixó va fent camí... de día, de nit, als somnis, al sender...
Besets,

Deric dijo...

sempre són alguna cosa més que simples somnis.
un relat molt bo

Ferran Porta dijo...

Els somnis són més que simples pel·lícules que vivim en paral·lel. Segur que en Musafir ho sap, això. No deixem mai de somiar!

Musafir dijo...

Clar que sí, Ferran; mai hem de deixar de somiar. Al Musafir el mou aquest impuls tan bonic...