21 de febrero de 2007

Expulsado del Paraíso



Hay días en los que Musafir sigue sin entender.

En aquella esquina de la barra del bar, pegados los dedos a la botella de cerveza, desesperados los labios por llevarse un cigarrillo a la boca, se agita, nervioso, Barí.
No conoce Musafir a este último caminante que se ha cruzado en su andadura vital.
Musafir, desde la mesa, junto a la ventana, observa:
Ropa descuidada pero de marca; figura delgada, tirando a flaco; afeitado reciente...
No da la sensación de ser este un caminante al uso.
Intrigado ya en exceso, Musafir se dirige al extraño:
- No llevas vestimenta de caminante.
A lo que este le responde:
- No soy caminante; no como tú. Si camino, es por obligación.
-Pero, ¿cómo es eso?
-Simplemente, huyo.

Musafir se queda frío. Viajeros varios han jalonado su ya más que apretada travesía, pero este... este es diferente a todos.
-¿Cómo te llamas, extraño caminante que huyes?
-Soy Barí; algunos no creen que deba llamarme así. En realidad, fue la huída quien me impuso este nombre. Ya no me acuerdo del anterior...
Un día me marché... es cierto. No hubo razones: es que no me dejaron razonar. Y por eso tuve que huir.

Y los ávidos oidos de Musafir se prepararon para escuchar.
Historia casi surrealista, en estos tiempos de recobrada libertad. Absurda, e incluso cruel.
No era Barí caminante, desde luego. Obligado fue el desdichado a abandonar su morada. Casa al borde del mar, en el sur, la que hasta hace tres semanas le cobijaba. Como en otras muchas ocasiones, y de esto Musafir también sabe, otra vez una ciudad pequeña de puerto asomado al inmenso océano es el escenario. Ya tiene Musafir grabado en su memoria el picor del salitre en la piel seca.
Barí tiene los ojos húmedos. No de sal; aunque estas lágrimas amargas también se parecen al salitre. Ni siquiera el baile de los nerviosos dedos puede mantener firme el cigarrillo. El aliento a cerveza no puede ni de lejos ahogar el grito silencioso que sale de sus entrañas.
Su familia, lo ha repudiado. Instinto casi animal de clan amenazado el que ha decidido: una mochila, ropa limpia, y una manta.

Y cárgate a las espaldas de condenado, tu mochila; y tu manta; y tu ropa.
Que ya llevas a cuestas, además, la ignorancia ancestral de tu familia.
Busca, Barí, territorios con más temple y menos fuego,
Que me quema escuchar el solo nombre de tu pueblo sureño.
Rabia llevo por dentro,
Por ver tu cuerpo abierto, desgarrado.
Has tenido que desnudarte del alma,
Y te han dado por ello latigazos hasta en la conciencia.
Me duelen tanto tus heridas,
Que con gusto te daría mi piel, si te sirviera de alivio.
Odio, el que te empujó a caminar hacia el norte.
Amor, (qué irónico), el que te hizo salir corriendo.
No eres culpable, Barí.
Valiente tu decisión.
Huyes por delatar a quien realmente amas,
Y te juzgaron los tuyos sin preguntarte nada.
Cobardes los que no saben ver en tus ojos,
La sinceridad mostrada.
Expulsado del Paraíso,
Por amar como tú amas.
Que la pena no te hunda,
Pues no caminas tú solo en esta senda.
Levanta la cabeza, amigo Barí,
Y ama libre, sin trampas.
Ahora cura tus heridas,
Ya habrá tiempo de volver la mirada a tu casa.
No temas por tu hijo,
La Luna lo mece ya en su cama.
Cuando todo se calme, le explicaremos,
Por qué su madre y su abuelo con calumnias sobre ti, lo envenenaban.
Respira este aire puro de la montaña,
Y saborea el azul de tu libertad recobrada.
Ya eres caminante por las circunstancias,
Así que nada detenga tu marcha.
Si algún día necesitas consuelo,
Mira al frente, con ganas.
Allí me verás, firme, junto a otros miles,
Levantar orgulloso la cabeza,
Apoyando todos tu justa causa.
Ojalá un día nunca más haya,
Otro expulsado del Paraíso,
Por amar como tu amas.

La noche se encargó entonces de cerrar aquel bar. Y la Luna, en efecto, a Musafir y Barí desde lo alto observaba. El camino es largo, ahí adelante. Cada uno por su ruta se decanta. Los pasos se alejan, relajados. Y la mortecina luz de las farolas se traga la silueta de ambos. Desdibujado ya el lejano perfil de Barí, a Musafir no le queda más que mirar al cielo. Allí busca a Shamal, su estrella del norte. Hoy, más que nunca, necesita el calor de su luz blanca.

7 de febrero de 2007

"LIMES GERMANICVS"




Musafir, el incombustible navegante sin rumbo, llegó hace unas semanas hasta la parte central de lo que hoy se llama Alemania.
Ríos que merecen llamarse así, recorren el país, y lamen las riberas congestionadas de estas tierras septentrionales de Europa. (Bueno, alguien diría más bien centrales.) Y es que hay reconocer que tras la caída del telón de acero, Alemania es más que nunca el corazón del viejo continente.
Hace dos mil años, arribaron hasta aquí las legiones romanas, y establecieron en esta su frontera norteña, acuartelamientos permanentes. Tal es el caso de la ciudad de Mainz. Ya nadie podría apreciar a simple vista que Mainz, es la "Moguntiacum" romana; o sea, nuestra Maguncia, ni en el nombre, que más bien parece teutón que latino, ni en el paisanaje, (que no tanto en el paisaje). Y eso, a pesar de que el río Rhin sigue marcando la frontera invisible del Imperio; ese limes germanicus que se impregnó durante siglos de las aguas turbias del Rhin, y que no dejó pasar más al norte a los romanos.
Según supo luego Musafir, resulta que la infranqueable barrera fluvial no lo fue tanto. Y es que hace escasos años se encontró hundido un pecio de la época imperial en el actual puerto fluvial de Mainz.
Asustado iba nuestro viajero marino en su precario barco, y estos romanos ya se atrevían a remontar la corriente de un río que tiene casi un kilómetro de anchura, (sic).
No sólo eso; rastreando entre la lingua germanorum, descubre Musafir un lugar casi mágico, impropio de una cultura calificada de "bárbara" por la civilización latina: en la orilla norte del Rhin, frente a Mainz, han querido las fuerzas telúricas que se perpeturara en el tiempo una brecha geológica. La tierra de los también conocidos como tedescos, late, está viva, en el sentido más real del término. Y Musafir no puede evitar acercarse a las fumarolas que emiten gases sulfurosos en medio de una preciosa plaza, en Wiesbaden.
¡Está ardiendo! Esa es la primera sorpresa. La segunda, es que aquí, también tuvieron termas los romanos!! No la llamaban igual, pero del agua caliente ya nos habla su nombre latino: Aquae Mattiacorum.
"Baden", en la lengua de los germanos, no es más que la evolución latina de nuestro familiar, y ahora muy de moda: "Balneario".
(Que no entiende Musafir por qué con esto de las modas de los baños termales, al clásico "balneario" latino, hemos preferido llamarle con un término que usan los descendientes de los Anglos, en su lengua británica, esto es: "Spa" )
Le soplo a Musafir, por lo bajo, que no tenga problema: que ni los anglos, ni los sajones, saben que su Spa ya era el "Salus per Aquam" (S.p.A). Una vez más, invención y puesto de moda ya por los romanos!!
Y como Musafir sólo concibe una manera de conocer el país, y esta es a bordo de su barco, le diremos para que no se vuelva a despistar, que se deje mecer corriente abajo, hacia el norte. Y cuando llegue a Koblenz, que le pregunte a un lugareño: Este le dirá en la lengua de Goethe que allí se unen el Rhin y la Mosela, en lo que todo el mundo conoce como la "Esquina Alemana, esto es: Deutsches Eck"
Y pensará Musafir, embriagado por los vinos que salen de estas riberas, que Koblenz debe ser muy "alemana". Y de nuevo le tendremos que decir que deje la botellita de vino dulzón y observe la confluencia de los dos ríos: Koblenz... "(ad) Confluentes". ¡Por Dios, otra vez, fundación romana!!
Y ya para acabar, seguiremos río abajo, hasta llegar a los pies de la impresionante catedral gótica de Köln. Aquí dejaremos a Musafir que descanse de tanto trasiego por el país. Sólo le diremos que se ponga sus mejores galas, que el templo parcialmente reconstruido de la ciudad merece una visita. Así es que: traje, corbata, y buena colonia encima. Que si los alemanes están orgullosos de la catedral, también en este caso, le debemos el nombre a la ciudad a los romanos: Colonia Agrippina. (Y a Napoleón que su nombre se extendiera por todo el mundo emanando los más exquisitos perfumes embotellados en "Agua de Colonia".
Aquí dejamos al pobre Musafir, visitando la catedral de Colonia, y yo me vuelvo para Maguncia primero, y después de varios días sin sol, otra vez al sur. Que ya entiendo esa afición por los teutones de ir a Mallorca a buscar rayos de sol, que en su tierra no se prodigan en absoluto.