Hay días en los que Musafir sigue sin entender.
En aquella esquina de la barra del bar, pegados los dedos a la botella de cerveza, desesperados los labios por llevarse un cigarrillo a la boca, se agita, nervioso, Barí.
No conoce Musafir a este último caminante que se ha cruzado en su andadura vital.
Musafir, desde la mesa, junto a la ventana, observa:
Ropa descuidada pero de marca; figura delgada, tirando a flaco; afeitado reciente...
No da la sensación de ser este un caminante al uso.
Intrigado ya en exceso, Musafir se dirige al extraño:
- No llevas vestimenta de caminante.
A lo que este le responde:
- No soy caminante; no como tú. Si camino, es por obligación.
-Pero, ¿cómo es eso?
-Simplemente, huyo.
Musafir se queda frío. Viajeros varios han jalonado su ya más que apretada travesía, pero este... este es diferente a todos.
-¿Cómo te llamas, extraño caminante que huyes?
-Soy Barí; algunos no creen que deba llamarme así. En realidad, fue la huída quien me impuso este nombre. Ya no me acuerdo del anterior...
Un día me marché... es cierto. No hubo razones: es que no me dejaron razonar. Y por eso tuve que huir.
Y los ávidos oidos de Musafir se prepararon para escuchar.
Historia casi surrealista, en estos tiempos de recobrada libertad. Absurda, e incluso cruel.
No era Barí caminante, desde luego. Obligado fue el desdichado a abandonar su morada. Casa al borde del mar, en el sur, la que hasta hace tres semanas le cobijaba. Como en otras muchas ocasiones, y de esto Musafir también sabe, otra vez una ciudad pequeña de puerto asomado al inmenso océano es el escenario. Ya tiene Musafir grabado en su memoria el picor del salitre en la piel seca.
Barí tiene los ojos húmedos. No de sal; aunque estas lágrimas amargas también se parecen al salitre. Ni siquiera el baile de los nerviosos dedos puede mantener firme el cigarrillo. El aliento a cerveza no puede ni de lejos ahogar el grito silencioso que sale de sus entrañas.
Su familia, lo ha repudiado. Instinto casi animal de clan amenazado el que ha decidido: una mochila, ropa limpia, y una manta.
Y cárgate a las espaldas de condenado, tu mochila; y tu manta; y tu ropa.
Que ya llevas a cuestas, además, la ignorancia ancestral de tu familia.
Busca, Barí, territorios con más temple y menos fuego,
Que me quema escuchar el solo nombre de tu pueblo sureño.
Rabia llevo por dentro,
Por ver tu cuerpo abierto, desgarrado.
Has tenido que desnudarte del alma,
Y te han dado por ello latigazos hasta en la conciencia.
Me duelen tanto tus heridas,
Que con gusto te daría mi piel, si te sirviera de alivio.
Odio, el que te empujó a caminar hacia el norte.
Amor, (qué irónico), el que te hizo salir corriendo.
No eres culpable, Barí.
Valiente tu decisión.
Huyes por delatar a quien realmente amas,
Y te juzgaron los tuyos sin preguntarte nada.
Cobardes los que no saben ver en tus ojos,
La sinceridad mostrada.
Expulsado del Paraíso,
Por amar como tú amas.
Que la pena no te hunda,
Pues no caminas tú solo en esta senda.
Levanta la cabeza, amigo Barí,
Y ama libre, sin trampas.
Ahora cura tus heridas,
Ya habrá tiempo de volver la mirada a tu casa.
No temas por tu hijo,
La Luna lo mece ya en su cama.
Cuando todo se calme, le explicaremos,
Por qué su madre y su abuelo con calumnias sobre ti, lo envenenaban.
Respira este aire puro de la montaña,
Y saborea el azul de tu libertad recobrada.
Ya eres caminante por las circunstancias,
Así que nada detenga tu marcha.
Si algún día necesitas consuelo,
Mira al frente, con ganas.
Allí me verás, firme, junto a otros miles,
Levantar orgulloso la cabeza,
Apoyando todos tu justa causa.
Ojalá un día nunca más haya,
Otro expulsado del Paraíso,
Por amar como tu amas.
La noche se encargó entonces de cerrar aquel bar. Y la Luna, en efecto, a Musafir y Barí desde lo alto observaba. El camino es largo, ahí adelante. Cada uno por su ruta se decanta. Los pasos se alejan, relajados. Y la mortecina luz de las farolas se traga la silueta de ambos. Desdibujado ya el lejano perfil de Barí, a Musafir no le queda más que mirar al cielo. Allí busca a Shamal, su estrella del norte. Hoy, más que nunca, necesita el calor de su luz blanca.
En aquella esquina de la barra del bar, pegados los dedos a la botella de cerveza, desesperados los labios por llevarse un cigarrillo a la boca, se agita, nervioso, Barí.
No conoce Musafir a este último caminante que se ha cruzado en su andadura vital.
Musafir, desde la mesa, junto a la ventana, observa:
Ropa descuidada pero de marca; figura delgada, tirando a flaco; afeitado reciente...
No da la sensación de ser este un caminante al uso.
Intrigado ya en exceso, Musafir se dirige al extraño:
- No llevas vestimenta de caminante.
A lo que este le responde:
- No soy caminante; no como tú. Si camino, es por obligación.
-Pero, ¿cómo es eso?
-Simplemente, huyo.
Musafir se queda frío. Viajeros varios han jalonado su ya más que apretada travesía, pero este... este es diferente a todos.
-¿Cómo te llamas, extraño caminante que huyes?
-Soy Barí; algunos no creen que deba llamarme así. En realidad, fue la huída quien me impuso este nombre. Ya no me acuerdo del anterior...
Un día me marché... es cierto. No hubo razones: es que no me dejaron razonar. Y por eso tuve que huir.
Y los ávidos oidos de Musafir se prepararon para escuchar.
Historia casi surrealista, en estos tiempos de recobrada libertad. Absurda, e incluso cruel.
No era Barí caminante, desde luego. Obligado fue el desdichado a abandonar su morada. Casa al borde del mar, en el sur, la que hasta hace tres semanas le cobijaba. Como en otras muchas ocasiones, y de esto Musafir también sabe, otra vez una ciudad pequeña de puerto asomado al inmenso océano es el escenario. Ya tiene Musafir grabado en su memoria el picor del salitre en la piel seca.
Barí tiene los ojos húmedos. No de sal; aunque estas lágrimas amargas también se parecen al salitre. Ni siquiera el baile de los nerviosos dedos puede mantener firme el cigarrillo. El aliento a cerveza no puede ni de lejos ahogar el grito silencioso que sale de sus entrañas.
Su familia, lo ha repudiado. Instinto casi animal de clan amenazado el que ha decidido: una mochila, ropa limpia, y una manta.
Y cárgate a las espaldas de condenado, tu mochila; y tu manta; y tu ropa.
Que ya llevas a cuestas, además, la ignorancia ancestral de tu familia.
Busca, Barí, territorios con más temple y menos fuego,
Que me quema escuchar el solo nombre de tu pueblo sureño.
Rabia llevo por dentro,
Por ver tu cuerpo abierto, desgarrado.
Has tenido que desnudarte del alma,
Y te han dado por ello latigazos hasta en la conciencia.
Me duelen tanto tus heridas,
Que con gusto te daría mi piel, si te sirviera de alivio.
Odio, el que te empujó a caminar hacia el norte.
Amor, (qué irónico), el que te hizo salir corriendo.
No eres culpable, Barí.
Valiente tu decisión.
Huyes por delatar a quien realmente amas,
Y te juzgaron los tuyos sin preguntarte nada.
Cobardes los que no saben ver en tus ojos,
La sinceridad mostrada.
Expulsado del Paraíso,
Por amar como tú amas.
Que la pena no te hunda,
Pues no caminas tú solo en esta senda.
Levanta la cabeza, amigo Barí,
Y ama libre, sin trampas.
Ahora cura tus heridas,
Ya habrá tiempo de volver la mirada a tu casa.
No temas por tu hijo,
La Luna lo mece ya en su cama.
Cuando todo se calme, le explicaremos,
Por qué su madre y su abuelo con calumnias sobre ti, lo envenenaban.
Respira este aire puro de la montaña,
Y saborea el azul de tu libertad recobrada.
Ya eres caminante por las circunstancias,
Así que nada detenga tu marcha.
Si algún día necesitas consuelo,
Mira al frente, con ganas.
Allí me verás, firme, junto a otros miles,
Levantar orgulloso la cabeza,
Apoyando todos tu justa causa.
Ojalá un día nunca más haya,
Otro expulsado del Paraíso,
Por amar como tu amas.
La noche se encargó entonces de cerrar aquel bar. Y la Luna, en efecto, a Musafir y Barí desde lo alto observaba. El camino es largo, ahí adelante. Cada uno por su ruta se decanta. Los pasos se alejan, relajados. Y la mortecina luz de las farolas se traga la silueta de ambos. Desdibujado ya el lejano perfil de Barí, a Musafir no le queda más que mirar al cielo. Allí busca a Shamal, su estrella del norte. Hoy, más que nunca, necesita el calor de su luz blanca.
5 comentarios:
xiquet, xiquet... que complicat és això d'anar escapant-se. Però, saps? al final deixes de fer-ho i camines d'una altra manera...
una abraçada, bonico!
Que trist és caminar quan t'ho imposen els altres! Sobretot, pense, si el caminant no en pot oblidar el motiu.
Ei! Si et va el tema Linux, passa't per L'aventura del pingüí, que allí li dedique més temps ;-).
Què bonic i quantes coses ensenya i amaga al mateix temps aquest text tan ple de tristesa i dolor.
Doncs sí, Nimue. Tu ja m'entens, aixó d'anar fugint... Jo sempre crec que al final, hi ha esperança. Que el més dolent, com en aquest cas, ja ha passat.
Tens raó, Giorgio. Quina diferència, el caminar pel pur plaer de fer-ho, o per l'imposició a fer-ho.
Ja li he fet una ullada a allò del Linux, jeje, en el teu blog. Continuarem investigant...
Gràcies, Dèric, per les teues paraules. Se sent una ràbia, i una impotència enorme. Si només em queda alguna cosa positiva de tot aixó, va ser el rostre agraït i un mig somriure del nostre personatge, quan ja em vaig acomiadar d'ell. Espere que li vaja ara millor.
a mi em va passar un cas semblant, el vaig explicar aquí:
http://www.totsalt.cat/ArticlesDetall.asp?TotSalt_Id=1542&Info=&Titol=&
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