31 de marzo de 2010

La mirada de fuego

Ekia

 

Ekía es como un niño pequeño. Y no alcanza a comprender que tiene un poder especial.

Ekía quema; deslumbra. Su mirada brillante ciega a quien osa mantener la vista en él.

Blanco nuclear. El cielo pierde su azul intenso cuando Ekía está presente.

No puede controlar su fuerza; su don.

Ekía no puede mirarse a un espejo. Su propio reflejo acabaría con él. Abrasado; cegado.

Dice sentirse como pez en el agua por las noches. En verdad, la noche no existe para él.

No hay estrellas en el cielo nocturno de Ekía.

 

Ekía no puede probar el agua. Ésta huye de él, se evapora entre sus manos.

Ekía derrocha energía. La regala sin pedir nada a cambio.

Lástima que el resto de los hombres no sepa canalizar este regalo.

Ekía sufre también: por él se secan las plantas.

Ekía mata de sed; y de calor.

No puede darte un abrazo, ni acariciar tu mano: te abrasa la piel.

 

Pero Ekía hace florecer los prados y madurar las cosechas.

Los hombres se alimentan gracias a él.

Cuando hace frío, los gatos le buscan entre los tejados.

 

Ekía sólo teme a Ilarguía: Luna blanca con cara de felino. Sólo ella sabe eclipsarlo. Reducirlo en su fuerza.

 

Ekía no es mal chico; sólo que no controla su poder.

Como un niño con el mando en su mano, puede llegar a ser todo un tirano.

Pero en este invierno frío, todos le hemos echado de menos. Más en el norte.

 

Ekía, el niño de mirada de fuego…