16 de junio de 2009

Iparilargia, ya no… (Luna del Norte)

iparargia

 

No le diga nadie a Musafir que es verano;

Bastante extraña ya se pintó sola la primavera, y más en esta región.

Que no le digan a Musafir que las praderas se vistieron de flores que no corresponden a esta época del año.

Nadie se atreva, ni tan solo, a denunciar que el verde de los prados, no es el verde del mes de mayo, como acostumbraba.

Ni se atrevan a mentirle a Musafir, para confundirle con tierras que no baña la mar.

Que el pueblo que pisan los desgastados pies de Musafir en estas fechas, no aparenta en absoluto un pueblo.

No hay murallas; ¿por qué parece una capital, un burgo, al estilo de la Europa del siglo XIV? Musafir no comprende…

 

Que fluyen apacibles un par de ríos; pero que no son corrientes de agua;

Que sea Musafir el que fluye envuelto en dos regueros, ¿es tan extraño acaso?

Adopta la forma de las calles; adoquines pisados; reflejos de la fuente en una plaza. Los cántaros van y vienen. Sorben de la esencia misma de Musafir.

No se ve Musafir; ya ni siquiera se siente; se transforma. Es agua, por fin.

 

Pero Musafir no se sabe ya persona: se cree idea; silenciosa y simple, que se cuela entre las rendijas; gotas azules de rocío, aspirando el color de las letras impresas en los libros; Que vibran en su más oscuro interior al ser pronunciadas en moradas palabras que le va narrando ese abuelo a su nieto.

Inhalando el dorado azahar que impregna los naranjos violetas de los campos de los alrededores.

Mezclándose con el trigo segado de los prados. Tres meses de trabajos, y tres parcelas fértiles, mecidas por el viento.

Es Musafir entonces, tan sólo aire.

 

¿Por qué las paredes, los muros de las casas burbujean así?

Como moléculas microscópicas, tetraédricas, Musafir se adhiere, al fino polvillo rojizo del suelo.

Pierde acaso el albo vuelo, de saeta, y se densifica. Se intuye incluso un par de ojos sufridos; negros; redondos.

Allí mira al frente. Colosales estructuras, vivas, crujientes por la madera y el efecto del sol.

Adobe, marrón; las cuatro paredes espumean como el café, y se elevan cada vez más, hacia el cielo.

Cielo sólido, azul como él solo sabe. Pentágono místico fundido en abrazo con la espuma de muros contradictoriamente blandos.

A Musafir algo se le escapa…

Aquellos paisanos con sus manos depositan semillas y esperanza en Musafir;

Lo ven ahora como un pedazo de suelo cuadrado, sencillo.

Tan solo es tierra.

 

Que Musafir ya no flota; ni fluye.

Si le dicen que arde, no le convencería la idea.

Si le dieran calor, en este verano llegado, sería alma roja.

El sol se lo come con su radiación. Por encima de los tejados de terracota cocida, a Musafir se le inflama la sangre;

¿Quién detiene ya a Musafir? ni los nueve rayos destructores; que son tan morados de carne morada, que no asustarían al calor de la llama encendida en tridente íntimo.

Es fuego.

 

Ya has conectado, Musafir. Todo será más fácil ahora.

He esperado este momento durante más siglos azules de los que puedas evocar, ya lo sabes.

No te resistas.

Las ráfagas naranjas de tu pasado…

El aire; y el agua; y la tierra; y el fuego…

 

Los cuatro elementos esenciales según los antiguos. Te los he traído hoy.

Han purificado esos ciclos de lunas grises septentrionales tan ásperas tuyas que aquí, sin apenas darte cuenta, y de esta manera, concluyen.

 

Iparilargia, ya no…

 

 

 

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